Escritores venezolanos. Conversando y Escribiendo

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miércoles, 28 de noviembre de 2007

EL ATRACO



Al cambiar el semáforo pude observar que un individuo, como a una cuadra de distancia, hacia señas hacia el grupo de personas que cruzabamos la calle. No sé porqué pero sentí una sensación extraña. Ya estaba entrando al callejón cuando vi de nuevo al individuo. Se aproximaba rapidamente y cruzó la calle con el semaforo en rojo. Se dirigía hacia mí.

Traté de no darle importancia, pero comencé a andar más rápido. Timidamente volteé, el tipo seguía detrás de mí, había en él algo que me parecía familiar. Comencé a correr y a internarme en aquel callejón que se hacía cada vez más oscuro y recordé, para mi pesar, que el callejón no tenía salida. Sentía sus pasos muy cerca. Un sudor frío me corría por la espalda. Tenía miedo.

Un poco antes del final del callejón estaba la casa donde había alquilado una habitación hacía un par de días y en mi galope desenfrenado me pasé unos metros de ella. Regresé desesperado. Busqué las llaves en todos mis bolsillos, no las hallaba; no podía entrar y ponerme a salvo. Sus pisadas disminuyeron el ritmo y mis sienes, que parecían estallar, aumentaron el suyo, mientras mis manos hurgaban torpemente en el maletín en busca de las llaves. El tipo se paró como a unos cinco pasos de donde yo estaba y se metio la mano derecha en el bolsillo del pantalón. Me quedé frío. Solté el maletín y agarré un trozo de madera que estaba en el suelo. Me jodí, pensé para mis adentros.

Observé una risa burlona en sus labios y creció en mí una sensación de impotencia indescriptible. Intenté no perder la cordura y pensé que, tal vez, lo mejor sería tratar de negociar con él. El individuo todo lo que hacía era reirse, parecía estar drogado. Le ofrecí mi reloj y el dinero que tenía en la cartera y le expliqué que en el maletín sólo tenía papeles, que podía abrirlo y revisarlo. El tipo continuaba riendo.

Finalmente, en un arrebato de valentía, le dije: “pues entonces tendrás que joderme” y empuñé el trozo de madera con mis dos manos. El hombre, sin dejar de reir, sacó la mano del bolsillo y me dijo: “Qué joder ni que joder mi compadre, lo he estado siguiendo para entregarle estas llaves que dejó en el restaurant”.

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