Escritores venezolanos. Conversando y Escribiendo

Este Blog es para unir a un grupo de escritores Venezolanos que quieren compartir sus experiencias, impresiones y escritos. Somos un equipo. Somos amigos. Somos Creativos. Somos escritores.

domingo, 31 de mayo de 2009

LA CITA DE HOY

Es el vivir un pasar.
Es la muerte un despertar.
El pasaje de la vida.
No tiene - ¿o tiene? - salida.

Pablo Rojas Guardia.

jueves, 28 de mayo de 2009

A Quien Pueda Interesar



A mis amigos y compañeros de escritura:

Les escribo para contarles la clase de ayer sobre la cual ya les había mencionado en varios correos anteriores.

Ayer Leandro y yo fuimos a nuestra primera clase del Taller: “Cómo Publicar tus Escritos”, dirigido por el Profesor Máximo Roncero en nuestra “Alma Mater” el Instituto Nacional de Artes” INAR

Como muchos de ustedes saben, a mi me encanta hacer una reseña de ciertos “magnos eventos” en los que he participado. Esta vez la reseña es de la clase de ayer en el INAR

Digamos que, la clase de ayer es inenarrable, indescriptible, ecléctica, eléctrica, loca, anárquica, reactiva, explosiva y desenfrenada. En fin, una hora loca en la cual se rompieron todos los esquemas.

Como los cuentos se narran desde el principio. Comenzare por allí.

Desde el preescolar hasta hoy día, pasando por cualquier cantidad de aulas, locos, genios, sabios e ignorantes, nunca había tenido la experiencia de ayer en la tarde. Afortunadamente no estaba sola, nuestro amigo Leandro me acompañaba.

Llegue primero que Leandro y se me ocurrió nada y mas y nada menos que sentarme en primera fila y además en todo el medio. Craso error. Mas tarde llegó Leandro y viendo que yo estaba allí se sentó a mi lado. Pobrecito lo arrastré a eso también Discúlpame Leito…

Como dije anteriormente, llegué primero que Leandro y me recibió Giuseppe ¿Se acuerdan? El director del instituto.

-¿Como te llamas? Me preguntó.
-Caramba este hombre no se acuerda de mí- pensé.
-Leonora.- fue mi parca respuesta.
-Bienvenida.-dijo.

A medida que iba entrando la gente, Giuseppe les daba la bienvenida a todos. Luego aclaró que no iba a estar hasta el final de la clase porque tenía que irse antes. Se sentó en el aula pero en la parte de atrás, aclarando que la sede para este curso iba a cambiar a una quinta en San Antonio cedida gentilmente por una amiga del Instituto.
Seguidamente nos dio un plano del nuevo lugar y emocionado nos contó de sus encuentros con José Gregorio Gavidia Profesor Literato y erudito de la Universidad Central de los Llanos, creador de la idea de la Institución y del pensum de estudios. Todo regido bajo la disciplina académica.

Leandro llegó a las 6:10 p.m. y enseguida Giuseppe lo reconoció y lo llamó por su nombre, otra estudiante lo saludó también. Giuseppe se aprestó para decir que Leandro era egresado de allí.

Leandro dijo: si y ella también, señalándome.

GUAUUUUU, pensé, Leandro si es conocido. El inolvidable Leandro.
Leandro, en algún otro periodo de la historia venezolana te lanzas para alcalde y ganas.

Después de que Giuseppe presentó al Profesor. Este último comenzó diciendo algo como esto:

Esto no es un taller ¡Coño los talleres son una mierda¡(En este punto el hombre aclaró que no es Comunista. Condición suficiente pero no necesaria para declararse loco.)

A todo pulmón:

¡Los talleres que se basan en los cursos de la universidad no sirven para un carajo no sirven, no sirven, no estimulan la creatividad. SON UNA MIERDA, MIERDA, MIERDA…

Luego de unos cuantos improperios más, quedamos todos sumergidos en un profundo silencio.

Giuseppe preguntó-en aras de romper el hielo- ¿alguien tiene una opinión?

En ese momento preguntó: ¿Qué opinas Leandro?

(Agradecí a Dios que no se acordara de mi nombre. Dios sabe lo que hace)

Leandro quedo medio perplejo al principio, imagino que deseando que hubiese otro Leandro en el curso, pero no. Si se llamara José o Juan, de esos hay miles pero Leandro no es tan común.

Comenzando con un tono de voz suave y pausado Leandro mencionó algo sobre la falta de estímulos. El Profesor lo interrumpió y se inspiro en esa frase para continuar con su loquera.
Luego era necesaria otra opinión. Giuseppe me miraba pero como no se acordaba de mi nombre tuve el chance de practicar con él la inefable mirada al vacío que ponemos cuando no queremos que nos pregunten… y funcionó esta vez. Pero no por mucho tiempo.

El profesor comenzó a decir algo como:
“no se asusten, sigan viniendo, sigan pagando su curso y no se vayan”. Me estaba mirando a mí directamente. Ahí me di cuenta de que mi cara reflejaba inequívocamente el estupor que sentía por dentro. Lástima, que todavía no he aprendido completamente a reflejar la singular mirada al vacío de quien está ausente.

Llevaba conmigo un MP3 que utilizo siempre que voy a conferencias, seminarios y talleres.

Comencé a grabar la clase 15 minutos luego de que comenzó. (Considerando el SHOCK en que me encontraba fue una respuesta de acción rapidísima). Al final faltaron unos 15 minutos y en total dura 1 hora 15 min. aproximadamente.

Es una lástima que mi teléfono celular no tenga cámara porque allí hubiésemos completado el reportaje periodístico como Dios manda.

Sigo con el cuento de esta inolvidable experiencia. El Profesor tiene la conducta y el perfil de varios personajes a la vez. Digamos que es una mezcla de un predicador de la Palabra de Dios en la plaza Brión de Chacaito con un actor de teatro que realiza un monologo ignorando intencionalmente a la gente que lo está observando.

Gritos, manoteos, risas destempladas, histéricas y fuera de lugar. Golpes al piso a la mesa entre sus manos y al aire. De repente esta callado y lanza un grito. Luego te mira y después aparta la mirada. Se sienta y se levanta varias veces. Camina hacia atrás y luego vuelve a gritar y así sucesivamente.

Preguntó si alguien había llevado vino.
-¿Quién ha traído vino?
OH OH… acá hay algo extraño. Pensé.


Llegó fugazmente a mi mente el comentario de una amiga que me hizo alguna vez sobre el hecho de que mi mente era muy estructurada y organizada, y que era difícil sacarme de ese esquema. ¿Será por eso que me siento tan impactada? Pensé. Luego una voz brillante, lógica y sensata surgió desde las profundidades de mi mente diciéndome: “Déjate de vainas el carajo está loco”. Me auto tranquilicé.

Cuando la “clase” terminó, Giuseppe había desaparecido. No vi cuando salió. Fue increíble. Parece que se hizo invisible. ¿Será que funciona para algunos aquella invocación de “Trágame Tierra”?

Veamos como es la clase siguiente. Supongo que “alguien” llevará vino. A lo mejor debemos pararnos sobre las sillas y saltar. ¿Bailaremos el ulaú? ¿Nos encontraremos en un parque infantil? ¿O meditaremos en la grama sobre la filosofía Hindú? Quizás con una caja de plastilina sea suficiente o a lo mejor leemos los pasajes de la Biblia sobre el Rey Nabucodonosor. Como se acerca la noche de brujas a lo mejor nos disfrazamos. Cualquier cosa puede pasar.


De regreso, Leandro gentilmente me llevo a mi casa. Conversábamos y nos reíamos, confesando que ambos pensamos lo mismo: A los cinco minutos de haber comenzado la clase queríamos irnos. Vamos a ver como siguen las clases y les contaremos.

¿Hay que estar loco para escribir? ¿O hay que escribir para volverse loco?
A lo mejor escribo un poema sobre eso.

¡Ah por cierto! ¡Que mala amiga soy!
Se me olvidaba decirles que todavía están a tiempo de inscribirse…


PS: los nombres han sido cambiados para proteger a los inocentes.
Todavía tengo la grabación en MP3, pero se reserva para el guión de alguna película a futuro. Quien sabe…

LA CITA DE HOY

“La única sabiduría a que podemos aspirar es la sabiduría de la humildad: la humildad es infinita”.

T.S. Eliot. East Coker (traducción de Gustavo Díaz Solis). El Nacional, Papel Literario.

miércoles, 20 de mayo de 2009

TEMOR EN EL CIELO






Corría el año de 1976. La mañana se anunciaba fresca y soleada. A bordo reinaban el entusiasmo y la camaradería. Unos, entonaban canciones de moda de Oscar de León y su “Dimensión Latina”, otros gastaban bromas a sus compañeros de equipo y los más, aguardaban impacientes al reencuentro con sus novias, familiares y amigos.

En general, simulaban una actitud despreocupada; sin embargo, a todos abrumaba una tensión interior, como una ansiedad, una incertidumbre y, a la vez, una animosidad inusitada ante la singular experiencia que les aguardaba.

De entre todos, Juan de Dios lucía entre lo más tensos. Taciturno e inexpresivo había sido ya advertido por sus compañeros; en particular por Ramón Colina, su paisano y amigo de infancia, ambos oriundos de Curimagua, un pueblito de la sierra falconiana. Por ello sin más esperar lo abordó.

-¿Qué es lo que te pasa que te veo tan preocupado y tan ausente?
-Tú mejor que ninguno, sabes que nunca me he montado en un avión.

-¿Y qué hay con eso? Tampoco yo he tenido esa experiencia y aquí estoy tranquilo y sin nervios.

Juan de Dios, alzando el mentón y con aspecto sombrío miró fijamente a su amigo e iba a ripostarle, cuando el autobús se detuvo en la alcabala. Un policía militar los conduciría al área de operaciones tácticas donde un oficial instructor y dos maestros de salto les esperaban.

Quince minutos más tarde, los cuarenta jóvenes cadetes abordaron el avión militar. Previamente, fueron puestos a punto a punto los aditamentos y el equipo fundamental: Paracaídas principal y emergencia, casco de fibra, casco de acero, arneses y fusil de asalto. Luego de treinta y cinco días de duro entrenamiento, había llegado el momento crucial. Los jóvenes se hallaban dispuestos uno al lado del otro y cara a cara con sus compañeros de fila opuesta. Juan de Dios era de los últimos en la fila contraria.

Aquella aeronave militar era similar al fuselaje que habían utilizado para sus prácticas en tierra: los asientos eran toscos, entretejidos con cuerdas y cinta de nylon color tierra. El piloto y copiloto se alzaban un metro treinta por encima de sus cabezas en sus puestos de mando en la cabina. Se trataba de un viejo B-29, mudo testigo y actor de primera línea quizá, en las cruentas batallas que se libraron durante la segunda guerra mundial: “CaronÍ” - podía leerse en sus costados -

Encendidos los motores, el avión inició lentamente su desplazamiento hacia la cabecera de pista. El ruido era ensordecedor. Ahora comprendía mejor que nunca la razón por la cual los instructores hacían tanto énfasis en la comunicación por señas manuales en el interior del avión.

El aparato se elevó poco más de los cinco mil doscientos pies de altura. Un bombillo rojo dispuesto en el techo era el elemento indicador de que el viento se mantenía a una velocidad superior a los doce nudos reglamentarios. Otro, de color verde, significa que se estaba sobre la zona de salto y en las condiciones favorables para arrojarse de la aeronave.

Tenía ya sincronizados mentalmente los pasos a seguir a cada señalización manual: levantarse, avanzar, pararse en la puerta y esperar la palmada en la pantorrilla. En ese momento debía lanzarme al vacío.

Reflexionaba sobre el exigente entrenamiento recibido en la torre cuando, intempestivamente, se encendió el bombillo verde. A cada indicación del maestro de salto, los muchachos respondían con movimientos rápidos, precisos y sincronizados. Una fuerte sacudida y la pérdida momentánea del sentido de la orientación debido a la posición irregular de mi cuerpo en el vacío, pude experimentar durante tres larguísimos segundos.

De seguidas, me encontré flotando en el cielo aragüeño. Podía apreciar la laguna, la autopista, la ciudad de Maracay, poblaciones aledañas y la tierra en toda su majestuosidad, mientras que a mi alrededor, decenas de sombrillas gigantes cobraban vida. Mis compañeros eufóricos gritaban y se llamaban por sus apodos, sacando a relucir cámaras fotográficas en un jolgorio de voces suspendidas a más de tres mil pies de altura.

Un casco de acero desprendido de uno de mis compañeros llamó poderosamente mi atención. Caía a velocidad vertiginosa. Intenté seguirlo visualmente y sentí que la tierra se me venía encima: Casi inmediatamente, un grito desgarrador y una fuerte algarabía pude percibir a mi lado izquierdo. Un bulto verdusco, enredado entre mallas y cordeles sintéticos pasó a escasos tres metros de mi humanidad, al tiempo que el maestro de salto lanzado en picada y en caída libre, maniobraba tratando de darle alcance.

Haciendo uso de mis binoculares de campaña, traté de seguir al máximo cuanto acontecía a mis pies. No obstante, la proximidad de la tierra me pareció una vorágine presta a engullirme. Pude apreciar sin embargo, cómo a pocos metros de la superficie se abrió un paracaídas… ¡era el del maestro de salto! Casi de manera simultánea, Juan de Dios se estrella a poco menos de los doscientos kilómetros por hora. Su cuerpo casi se incrusta en el suelo, quedando convertido en una masa informe.

Al momento que toqué tierra, todo era confusión y estupefacción entre mis compañeros: dos ambulancias ululando sus sirenas llegaron prestas al sitio del suceso.

Los restos de Juan de Dios fueron trasladados a su lar nativo allá en la sierra.
Mientras rendíamos honores a nuestro compañero muerto, vino a mi memoria imágenes de nuestra infancia y el recuerdo de gratas vivencias de nuestra época de estudiantes pueblerinos. Fue un muchacho vivaz e inteligente. Juntos ingresamos a la Academia Militar y abrigaba grandes expectativas en hacerse oficial de infantería, estimulado quizá por los relatos de la lucha antiguerrillera que durante los años sesenta se libró en tierras falconianas. Días antes de su deceso tuvo varias premoniciones, las cuales refirió en una carta a su novia de Maracay.

Una semana más tarde, en un día sin brisa y con un sol mediatizado por un cielo parcialmente encapotado, realizaba el quinto y último salto para ser considerado aprendiz de paracaidista. No había ya para entonces el entusiasmo inicial entre el grupo. Tampoco en tierra, amigos ni familiares que nos aupasen. El recuerdo de nuestro compañero fallecido parecía acompañarnos en cada salto ejecutado.

En Curimagua, en plena época de sequía, extrañamente los campos han enverdecido y los cardones se han vestido de flores.



Autor: Reinaldo Colmenares Pérez

lunes, 18 de mayo de 2009

LA CITA DE HOY

“La política es el único oficio para el que se considera que no es necesaria ninguna preparación”.

Robert Louis Stevenson.

¡ABSALÓN, ABSALÓN! Y EL SÍMIL DE LA MATRIOSKA


Uno de los temas principales en La búsqueda del tiempo perdido, de Marcel Proust, es “la obra dentro de la obra”, cuyo mejor símil es la matrioska, muñeca rusa también llamada matriushka, una muñeca dentro de otra muñeca, que a su vez contiene otra más pequeña, y así sucesivamente.

En este ensayo aplicaré el símil de la matrioska, para analizar la técnica estructural de Faulkner en “¡Absalón, Absalón!”, mediante la revisión de las conversaciones (que incluyen monólogos y estos a su vez monólogos interiores) que componen el cuerpo narrativo de la novela.

El eje del relato es aparentemente sencillo: en Jefferson, un pueblo del condado de Yoknapatawpha, ambos de ficción, ubicados en el estado de Mississippi, en el sur de los EE.UU. de Norteamérica, aparece un día de 1833, como si surgiera de la nada, Thomas Sutpen, el héroe de la novela. También de la nada, con terrenos robados a los indígenas del lugar, y con su banda de negros esclavos, funda una plantación con su correspondiente mansión, dentro del llamado “ciento de Sutpen”, a 12 millas del pueblo. La novela presenta la cosmología de Faulkner (el Sur), a través de la historia trágica de Thomas Sutpen, su esposa e hijos, así como de otros parientes y relacionados, en la versión de 4 narradores.

La estructura de la obra está compuesta por tres largas conversaciones cuasi-monólogos, en boca de 4 personajes: Quentin Compson, Jasón Compson, Rosa Coldfield, y Shreve MacCannon. El primero es una suerte de interlocutor común, un escucha atento de sus propios monólogos y de la conversación con los otros tres personajes.

Durante la mayor parte de la novela el narrador parece ser Quentin Compson, pero en la conversación final pasa a ser Shreve MacCannon, canadiense, que no conoce el sur de los EE.UU., el único que no tenía ninguna relación previa con los personajes ni con la historia que está escuchando, y es por lo tanto el más distanciado de ellos.

El autor tiene un papel secundario en la narración, prepara y presenta la escena para cada capítulo, en el capítulo dos describe con detalles la llegada del héroe a Jefferson. El resto de la novela es un gran flujo conversacional, cuasi monologal, con monólogos interiores intercalados, presentados en cursivas y entre comillas, que ocupan alrededor de 90% del escrito.


EL SÍMIL DE LA MATRIOSKA

Independientemente de la estructura completa de la novela, organizada en 9 capítulos, se le puede considerar como una gran matrioska narrativa. La técnica escritural de Faulkner resulta aparentemente sencilla pero interesante, es una gran matrioska narrativa dentro de la cual van entrando las pequeñas matrioskas constituídas por monólogos de otros personajes. A su vez dentro de cada monólogo surgirán otros, hasta tejer la urdimbre completa de la novela.

“Faulkner no quiere contar la saga de una familia extinguida ni la biografía de su fundador, y menos aún reconstruir la historia del Sur y de su fracaso en la guerra civil. Si hubiera sido esa su finalidad habría podido escribir una novela rica en detalles circunstanciales e informaciones de época, un novelón histórico...”. (Faulkner, 1991, p. X) Su historia es sólo la urdimbre para recrear el mito: “La Biblia y la tragedia griega sirven a Faulkner para otorgar a las vidas de sus héroes y a la historia de su propio país, el Sur, la acuñación universal e indeleble del mito.” (Faulkner, 1991, p. XII).

Así, desde el título mismo surge la referencia a Absalón, hijo de David, que se levantó en armas contra el padre, tal como lo hizo Henry Sutpen en contra del suyo, matando además a su medio hermano para impedir el incesto con Judith, la hermana común. Aparece aquí una evidente alusión al mito bíblico de la predestinación y el castigo.

A lo largo de la novela continúan las referencias: Rosa Coldfield como Casandra la pitonisa; Clitemnestra (tragedia griega) para el nombre de la esclava negra; la fertilidad de los dientes de la serpiente Pitón, degollada por Apolo en el sitio donde después construyó la sede del oráculo, para aludir a la procreación descontrolada de Sutpen. Pero no es la historia de éste en sí misma la que interesa a Faulkner, sino el significado de esa historia en relación con los otros personajes y con la derrota y decadencia del Sur, todo enmarcado por el mito (Faulkner, 1991).

En la novela no se respeta la secuencia cronológica porque el tono conversacional y los monólogos interiores, dan idea de la corriente del pensamiento, del gran flujo conversacional presentado entre comillas, mientras que en letra cursiva se indica lo que los personajes están pensando, sus monólogos interiores que proceden simultáneamente mientras se escuchan entre sí.

EJEMPLOS DEL SÍMIL DE LA MATRIOSKA

La estructura de la novela está organizada en nueve capítulos, pero también puede ser vista como una gran matrioska narrativa (como se dijo anteriormente) que incluye otras tres muñecas más pequeñas, correspondientes a las tres grandes conversaciones (cuasi-monólogos).

De acuerdo con su extensión, la segunda matrioska es la larga conversación Quentin – Shreve, que ocupa los capítulos VI al IX; la tercera es la conversación de los Compson (padre e hijo), que se desarrolla en los capítulos II al IV; y la cuarta, es la conversación Quentin - Rosa, capítulos I y V. Cada una de esas matrioskas – conversaciones, a su vez aloja otras muñecas que son los monólogos interiores de los personajes.

Veamos algunos ejemplos en orden inverso, de la cuarta matrioska (capítulos I y V) a la segunda (capítulos VI al IX), todas contenidas en la primera gran matrioska que es la novela completa.

La mayor parte del capítulo uno lo ocupa la conversación, cuasi monólogo, de Rosa Coldfield, precedido por la presentación que hace el autor de la escena en la cual se desarrollará la narración. Quentin interviene ocasionalmente para mantener la conversación, mediante tres breves frases: “Si, señora”, “Así es” y “Si, señora”. Mientras tanto su monólogo interior sirve de silencioso contrapunto a la conversación de Rosa y aflora en cuatro ocasiones durante el capítulo: al principio para hipotetizar acerca de lo que ella quería expresar: “ ‘Pero no es eso lo que quiere decir’, pensó. ‘Lo que desea es que se sepa’ ” . Luego para ratificar: “ ‘Lo que ella quiere’, pensó, ‘es que se sepa, para que...’ ”. Posteriormente para preguntarse y preguntarle a su padre la razón por la cual lo había elegido a él como interlocutor: “ -- ¿Por qué tuvo que contármelo todo? -- ...”; y por último para observar que “ ‘Fuere cual fuere la razón para elegirle, fuera ésa u otra cualquiera’, ‘lo cierto es que tardaba mucho en ir al grano’ ”.

El capítulo quinto es el gran monólogo de Rosa, donde concluye su conversación en la cual narra toda su historia, mientras que Quentin sólo interviene al final con dos preguntas: “¿Qué decía usted, señora?” y “¿En la casa? Es Clite, que...”.

La tercera matrioska abarca los capítulos dos, tres y cuatro. En el segundo capítulo el autor hace su más larga presentación, cuando describe detalladamente la llegada de Sutpen a Jefferson y la reacción de los vecinos durante los primeros meses. El resto del capítulo es el monólogo de Jasón Compson, contándole a su hijo Quentin la historia del Coronel Sutpen, como él la recordaba. Quentin no aparece en el texto, aunque sabemos que es el interlocutor de su papá.

En el capítulo tres continúa el monólogo de Jasón Compson, pero esta vez sabemos que Quentin está presente porque inicia el capítulo con la siguiente intervención: “ – Si él, realmente, abandonó a la señorita Rosa – dijo Quentin -- , no creo que ella quisiera decírselo a nadie.” Más adelante, en la segunda página del capítulo, responde a una pregunta de su padre: “ – No, señor – repuso Quentin”, y no aparece más en ese capítulo.

En el capítulo cuatro, después de la breve introducción que hace el autor, el señor Compson concluye su largo monólogo -- que incluye cortos monólogos interiores de Henry Sutpen y Judith -- y revive las conversaciones que él suponía habían sostenido los personajes que desfilan en su relato: Henry, Bon, Judith y la abuela de Quentin.

Quentin interviene al comienzo del capítulo, cuando el padre le enseña pero no le entrega la única carta que Judith recibió de Bon en los cuatro años que estuvo ausente por la guerra; Judith la llevó a la abuela de Quentin para que la guardara o la destruyera. “ – Puede ser que consiga leerla aquí – repuso Quentin”. Después, al final del monólogo de su padre: “Levantándose, Quentin recibió la carta de sus manos...” (...) “La voz de Compson proseguía, pero Quentin la oía sin escuchar, vagamente.” Luego cuando comienza a leer la carta: “Quentin oía sin escuchar a medida que recorría con los ojos la borrosa y delicada escritura...”; y finalmente después de leer la carta, cuando su padre le cuenta el enfrentamiento de los hermanos ante el portón de la mansión: “(Quentin creía verlos frente a frente delante del portón...)”.

La segunda matrioska contiene la conversación entre Shreve MacCannon y Quentin, es la más larga de la novela y se extiende a lo largo de los capítulos seis al nueve. La presencia del autor mediante la preparación de la escena para cada capítulo, se hace cada vez menor en los últimos capítulos (VI al IX), está ausente en los capítulos III y V, y es mayor en los capítulos I y II. Parece que Faulkner hubiera construido su escenografía en los primeros dos capítulos y de allí en adelante estuviera ausente en dos de ellos, para luego escribir lo mínimo indispensable en los tres últimos. Una vez creados y presentados los personajes, les fue dando más protagonismo e independencia para que lo sustituyeran en la narración.

En el capítulo VI están Shreve y Quentin en su residencia de la Universidad de Harvard, Cambridge, Massachussets, Nueva Inglaterra, en invierno. En la mesa de Quentin, sobre un libro abierto, está una carta del padre de Quentin en la cual le participa la muerte y entierro de la señorita Coldfield. La conversación gira sobre el contenido de la carta, al principio para satisfacer la curiosidad de Shreve acerca del Sur y su gente, y luego para ir desentrañando la historia de Sutpen. Ante las preguntas y razonamiento de Shreve, Quentin emite exactamente 11 respuestas, de las cuales 3 son frases cortas y 8 son monosílabos (“Si”).

El resto del capítulo está compuesto por las conjeturas y aclaratorias de Shreve acerca de lo que le había contado Quentin, y de los monólogos interiores y recuerdos de éste último, en los cuales desfilan todos los personajes (principales y secundarios) de la historia: Thomas Sutpen, Goodhue Coldfield, Ellen Coldfield, Judith Sutpen, Henry Sutpen, Rosa Coldfield, Jasón Compson, Charles Bon, Charles Etienne Saint-Valéry Bon, Wash Jones, Milly Jones, Clitemnestra (Clite), Luster y Jim Bond.

En el capítulo VII continúa la conversación entre Shreve y Quentin, un largo cuasi-monólogo, con monólogos interiores intercalados, donde Quentin narra su versión de la historia y Shreve hace 30 intervenciones, la mayoría de ellas preguntas breves y comentarios.

En los capítulos VIII y IX prosigue la conversación, esta vez con mayor participación de ambos, ya que Shreve conocía mejor la historia. Mientras van llegando al final de la narración, ya acostados, el reloj da una campanada y la historia va muriendo en la madrugada.

Shreve hace su última pregunta: “¿Por qué odias el Sur?”. La respuesta de Quentin, que cierra la novela es: “No lo odio –dijo Quentin con rapidez, en seguida, inmediatamente--. No lo odio –repitió”. Simultáneamente pensaba: “No lo odio” (...) “¡No!, ¡no! ¡No lo odio! ¡No lo odio!”.


SÍNTESIS

Para analizar la técnica escritural de Faulkner en ¡Absalón, Absalón!, se comparó la novela con una gran matrioska narrativa, dentro de la cual se alojan otras tres muñecas que corresponden a las tres conversaciones narradas en la novela. Los nueve capítulos de la obra fueron reorganizados en tres grupos (matrioskas) correspondientes a las tres conversaciones, y ordenados de acuerdo con su extensión: la segunda matrioska ocupa los capítulos VI al IX (conversación Quentin - Shreve), la tercera abarca los capítulos II al IV (conversación Quentin – Jasón Compson), y la cuarta se desarrolla en los capítulos I y V (conversación Quentin – Rosa Coldfield.
A continuación se escogieron partes de cada una de las conversaciones, para ilustrar el símil de la matrioska aplicado a cada una de las conversaciones, que a su vez incluyen monólogos, dentro de los cuales están los monólogos interiores.

En conclusión, la aplicación del símil de la matrioska permite observar que una historia aparentemente sencilla, la saga de una familia del sur de los EE.UU., narrada también en aparente desorden, revela una técnica escritural conscientemente elaborada, un rígido diseño arquitectural, que no impide captar el tono rapsódico que surge de la naturalidad en la conversación.



REFERENCIAS


Faulkner, William (1991). ¡Absalón, Absalón! Madrid: Editorial Debate, S.A.

lunes, 11 de mayo de 2009

LA CITA DE HOY

“Amanecimos sobre la palabra angustia.
Por eso las otras palabras,
las que alrededorizan los sueños,
tienen un temblor lelo en los labios”.

Pablo Rojas Guardia. Poemas sonámbulos.

sábado, 9 de mayo de 2009

Poema a las madres


¡FELICITACIONES A TODAS LAS MADRES EN SU DIA!

Que Dios las colme de Bendiciones.
Mucho amor y alegría hoy y siempre.


POEMA A LAS MADRES

Dime: ¿quién es aquella que siempre perdona,
Que todo lo olvida sin guardar rencor?
Ayer tus travesuras, hoy tus "locuras"
Te besa, te bendice y te llama su amor.


Ayer tus regueros de ropa, tus corotos.
Hoy el mismo cuadro, ¡el baño un zaperoco!
Ella recogiendo, secando, guardando.
Por tí, no se cansa de andar curucuteando.

Dormía despierta, la oreja parada
Cuando te sentía, corría alarmada
A tocarte, arroparte, porque estornudaste
Hoy, a ver si por fin ya llegaste.


A nadie le cuenta cómo la exasperas
A veces te grita que la desesperas.
¿Que a veces te grita? ¿Que te vuelve loco?
¿Y cargar contigo, te parece poco?

Hoy que eres grande, soltero o casado
"Aquello", tú sabes ¿Se lo habrás contado?
El negro secreto que guardas profundo
¡Que nadie lo sabe, nadie en este mundo!

¡Tch! Descarga tu alma
¿Vas a callar Ante la única con que puedes contar?
¡El único ser que no te dejara
Que contra mar y viento te defenderá!

La verás jurando que todo eso es mentira
Que no fue tu culpa. Que alguien te empujó
Nada tendrás que temer de su ira
¡Porque eres perfecto y San Se acabó!


¿Qué quién es esa Santa, esa Mártir Bendita
Que no busca fama, ni gloria, ni ná .. .?
Pues, la tuya, mía, de todos, igualita
La única que responde al nombre de "Mamá".

Autora: Conny Mendez. Escritora y compositora Venezolana

viernes, 8 de mayo de 2009

Con el Azul en los Ojos




Estuve tres años trabajando sin tomar vacaciones, programando en la computadora varias tareas y acostumbrándome al estrecho habitáculo de mi sitio de trabajo.

De un momento a otro, la empresa donde trabajaba requería que fuese a Argentina a realizar un entrenamiento relacionado con mi trabajo. Llegue a un hotel modesto en la Provincia de Buenos Aires y aunque tenía que trabajar ocho horas, pude pasear el fin de semana por el Río de la Plata, por la Residencia de los Olivos donde, entendí yo, que vivía el presidente en sus períodos fuera de la brega política y el ajetreo de su exigente cargo.
Conocí varios restaurancitos de corte Italiano sumamente acogedores disfrutando del vino y de la pasta como nunca antes. Viajé en un pequeño catamarán por el Río de la Plata y pude vislumbrar a lo lejos las costas de Uruguay. Conocí a unos primos emigrantes de Italia que nunca había visto ni en foto ni en persona, en dos ocasiones miré con ellos el futbol por televisión.

Caminé por la provincia de Buenos Aires en una zona residencial pero inmersa en una naturaleza exquisita donde respiraba aire puro y disfrutaba de la belleza de las flores.

Conocí la calidez del verano y el principio de un invierno inclemente que me hizo pequeñas cortadas en la piel. Hacia el final del viaje, la temperatura era de 2 grados bajo cero con una sensación térmica de 11 grados bajo cero.

No sé en que momento sucedió pero cuando me monté en el avión de regreso, no podía despegar el color azul de mis ojos. Era una sensación extraña como que si el alma del cielo y del río se hubiesen apoderado de mi visión y aunque veía perfectamente las paredes, los autos, los asientos y las personas, me quedaba una sensación de azul en el fondo de todas las cosas… como si el fondo del escenario fuese azul y sobre ese azul sucedía todo lo demás.

Cuando regresé a Venezuela y miré mi sitio de trabajo, me parecía regresar a una jaula, sentía como si hubiese sido un pájaro al cual se le había dado quince días de libertad y que debía nuevamente regresar al encierro.

Contemplaba la pantalla de la computadora y mi mente estaba en blanco. No podía pensar en nada. Solo miraba el azul que todavía estaba en mis ojos…

domingo, 3 de mayo de 2009

"El amor que se fue"


Cual cardón enhiesto,
en la agreste serranía,
atisbando en lontananza,
vestigios del amor mío.

Marchado ha para siempre,
cual nube pasajera,
en el cielo turquesino,
de la esperanza mía.

Como flor altiva,
en el pedregal indómito,
hermosa, frágil...esquiva.

Se la ve dulce, irreverente, etérea,
espejismo ignoto
del amor ya ido.

reinaldo colmenares pérez
sept-2007

sábado, 2 de mayo de 2009

Exaltación a la mujer en ocasión de su Día Internacional










“Porque una mujer como tú”

Porque una mujer como tú, estará siempre en la cima, visible, cual estandarte impetuoso en el fragor de la batalla.
Porque una mujer como tú, de mente deslumbrante, espíritu infatigable y noble corazón purpúreo, dejará siempre huella positiva, cual arado que surca la tierra para alojar a la fértil semilla, alimento vital del mañana.
Porque una mujer como tú, será referente de puerto seguro, como el faro al bizarro marino en la noche tormentosa.
Porque una mujer como tú, alentará con su ejemplo a luchar con denuedo por la justeza de nuestras convicciones.
Porque una mujer como tú, reúne en una sola persona, a madre y padre ejemplares.
Porque una mujer como tú exaspera al impío y embeleza al ecuánime.
Porque una mujer como tú, encontrará siempre amor, donde los demás sólo ven el desdén.
Porque una mujer como tu, regocija al más altivo mortal con tu hermosura impoluta
Porque una mujer como tú, construye y transita la senda esquiva de los hombres triunfadores
Porque una mujer como tú, trepida de emoción y anhelo cuando al calor del vívido fuego, desgrana las más inmersas pasiones, llegado finalmente la traza de su amor verdadero.

Reinaldo Colmenares Pérez
07-03-2009

Escritores Venezolanos Conversando y Escribiendo

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