Escritores venezolanos. Conversando y Escribiendo

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lunes, 29 de septiembre de 2008

AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO. CAP 6



AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO
Capítulo 6o

Sentí que había ganado un nuevo round y un tiempo precioso para reorientar mi estrategia de confusión y discordia, que, definitivamente, estaba funcionando a las mil maravillas. Agamenón estaba confundido, Aquiles y Odiseo enfurecidos; Ayante y Calcante meditabundos y envenenados, pero aún no había podido meter a Menelao de frente en la disputa; sin embargo, Ayante ya me había abierto el camino. La prudencia de Néstor iba a ser un punto culminante, que podía poner en dificultades mi plan y la vida del grupo; lo peor de todo es que no tenía argumentos para atacarlo, pues no conocía debilidades en su vida, por lo cual pensé que tal vez lo más apropiado sería ponerme de su lado y tratar de convencerlo de nuestra liberación. El dios aliado no se manifestaba y yo no sabía hasta cuando podría funcionar mi memoria para inventar tantos disparates. Miré a mi alrededor tratando de hallar aliados entre el grupo de turistas, esta vez observé que sí me miraban y que sus ojos mantenían un dejo de esperanza, ¡Pero no se movían!

El Prudente Néstor llegó ataviado de un resplandeciente uniforme; era alto, de apariencia imponente. Se quitó el casco, su corta cabellera blanca, plateada como las nieves del Olimpo, apareció haciendo juego con una pequeña y bien cuidada barba; todo contrastaba con su piel morena y unos ojos azules, profundos, vivos y escrutadores que comunicaban sabiduría, seguridad y bondad. A diferencia de lo ocurrido con Calcante, a su llegada todos lo saludaron y Agamenón fue de lo más emotivo, pues era a quien ,de los viejos, más apreciaba. Al ver los cuerpos de la mujer y del soldado, tirados en el piso y ensangrentados, y los otros hombres colgados en el mostrador del bar, sus ojos se llenaron de asombro por un instante. El orador sonoro de los pilios, el de la palabra suave, habló así para conmocionar a los cinco terribles guerreros y al adivino:

- Lo que veo parece que hubiese sido hecho por bárbaros; lo que veo no me gusta nada y me llena de preocupación e impaciencia. No puedo asombrarme ¡Oh, amigos! de que un hombre de oscuro linaje caiga en error, cuando los que son nobles de nacimiento incurren en tales aberraciones. De noble estirpe es vuestro ser esencia, para alcanzar la gloria habéis nacido y no para vivir cual brutos sin conciencia. ¡Ay, en verdad, un gran dolor se acerca a la tierra aqueida!, no hay aquí señales de violencia mayor, no arden las hermosas murallas de ningún reino, pero veo la sangre de un valiente guerrero griego y de cuatro desdichados, parte de la cual mancha las sandalias tuyas gran señor y las del magnífico Aquiles.

Ambos aludidos dieron un salto hacia atrás, limpiaron sus sandalias en la alfombra del gran salón y todos bajaron la cabeza en señal de haber acusado el efecto de sus palabras. Agamenón, dando muestras de la admiración y respeto que sentía por aquel hombre lo abrazó y reconoció su falta, luego tomó la palabra y contó hasta el mínimo detalle lo que hasta ahora allí había sucedido, con los argumentos de todos, acción por acción, letra por letra. Yo estaba sorprendido y asombrado por la capacidad de memoria del rey de reyes, con razón le habían nombrado comandante de todos los ejércitos griegos. ¿Qué podía hacer yo ante esta descomunal virtud? ¿Y, dónde estará el dios aliado? De todas maneras, y aunque estaba inmerso en mis preocupaciones, el recuento me sirvió para sopesar el estado de la situación con cada uno de los guerreros y con el adivino, y me puso sobre aviso para que de ninguna manera cayera en contradicciones, pues ello sería mi perdición y la de todos. El prudente Néstor se abrió su manto, lo echó hacia atrás y comentó:

- Yo os voy a contar de un hombre de apariencia insignificante como éste, que fue de gran apoyo para que varones mejores que vosotros, que nunca había yo visto, ni creo verlos en lo venidero, como eran Peritoo y Driante, Cineo y Exadio y Polifemo y Teseo el Egeida, pudieran vencer y exterminar a las más fuertes y montaraces fieras: los centauros de Tesalia y el gigante Ereutalión. Pues bien, ese hombre insignificante se presentó ante tan magníficos hombres y nunca lo menospreciaron, sino que una vez escuchadas sus palabras pidieron sus consejos y siempre le obedecieron. En su juventud fue el único de sus hermanos que se libró de morir a manos de Heracles, luchó contra los Monolídas, participó en la cacería de Calidón, formó parte de la expedición de los Argonautas y ahora lucha en la guerra de Troya. Ese hombre mis carísimos amigos, ese hombre de apariencia insignificante era yo. Nunca menospreciéis a un hombre por más despreciable que os parezca; puede ser un espía de los bárbaros, puede ser un traidor, pero...puede ser un gran sabio y prudente hombre o un mensajero de los dioses, enviado para aclarar una interpretación errada del Oráculo. Además, tenéis que estar más que convencidos de la imposibilidad de que un simple y ordinario mortal pueda haber causado tan funesta confusión a un rey tan poderoso, a cuatro de los hombres más valientes de Grecia y a un adivino que dice tener la confianza de los dioses y poder ver el porvenir.

Pensé para mis adentros que todo mi esfuerzo estaba perdido. Con sus palabras, noté que casi regresaba la compostura en los amarrados rostros de los cinco terribles guerreros. El Prudente Néstor continuó:

- Por su apariencia, no creo que pueda soportar ni siquiera la estocada de una espada blandida por mis, ahora, temblorosas manos.

Mientras hablaba, caminaba en círculos, con un andar lento y firme, parándose algunas veces para mirar directamente a los ojos de los guerreros; sin tomar en cuenta al adivino continuó:

- O tal vez....

Se me acercó y colocó su mano derecha sobre mi hombro, sin tocarme; me pareció ver, muy subrepticiamente, un guiño en sus ojos.

- O tal vez..., repetió, desaparezca como desaparece la niebla en nuestras manos, cuando intentamos acariciarla para sentir su suavidad y frescura, o se mueva y se haga más espesa, como nos sucede al navegar y ella nos envuelve para cerrar nuestros ojos y arrojarnos a los acantilados si nuestros sacrificios no satisfacen a los dioses o cuando hemos osado desafiarlos. No, no creo conveniente menospreciar a este hombre de tan delicada y extraña apariencia, y si no estáis de acuerdo conmigo, os invito a cualquiera de ustedes a que cercene su cabeza de un sólo tajo.

Al principio sentí que el terror me invadía por completo, pero luego entendí que me estaba abriendo el camino al crear la duda y dejarla flotando en el ambiente; además, estaba casi convencido que el parpadeo que había visto en sus ojos, era la señal de algo que aún no atinaba a comprender. Los cinco terribles guerreros permanecieron visiblemente rabiosos, pero ninguno se atrevió a tomar la iniciativa; sin embargo, Calcante dio un paso adelante y comentó:
- Según lo que he podido deducir mi caro y prudente Néstor, este hombre es un farsante pues ya estaba aquí en el momento en que los abordamos.
- No sé en qué puedes basar tu deducción, tú dueño de intrigas, pues al igual que yo, no estabas aquí cuando los más valientes guerreros de Grecia entraron en esta extraña embarcación. Haber, toma mi espada y has lo que te dicta tu conciencia de hombre sabio.
- ¡No, Prudente Néstor! Yo no puedo matar a nadie, yo soy un sacerdote de los dioses, que defiende la vida y busca la felicidad de los hombres.
- ¡Mentira! Tú no eres ningún sacerdote, tú eres un adivino de dudosa reputación, pues, que yo sepa, son muy pocos los augurios que te han resultado ciertos.
- Pero...Prudente Néstor, ¿es que crees que los augurios de los oráculos resultan siempre ciertos?
- ¡Claro que sí!, porque el Oráculo siempre dice la verdad y los que fallan son los hombres al interpretar sus augurios, así como te pasa a ti, porque desde que he oído mencionar tu nombre nunca has acertado una con el gran rey Agamenón o con su familia y sólo les has causado las más terribles penas.

Los argumentos del prudente Néstor eran tan contundentes, que cuatro de los terribles guerreros dibujaron una leve sonrisa, salvo Aquiles que amarró su cara nuevamente, recogió su casco y se lo enterró hasta el cuello, para que sus ojos no pudieran verse.
- Yo quiero saber directamente de este valiente hombre, por qué desafía a los dioses, al heroico ejército Griego y al rey más poderoso del universo. Por favor, buen hombre habla y explícanos.
FIN 6º CAP BLOG

lunes, 22 de septiembre de 2008

AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO. CAP 5



AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO
Capítulo 5o


Calcante era un hombre pequeño y delgado, de cabellera grisácea, abundante, que casi le llegaba a las tupidas cejas y una gran barba redonda que le cubría la mitad de la cara; sus ojos eran increíblemente negros y brillantes, y sus movimientos parsimoniosos y bien estudiados. Observé, con regocijo, que sólo Aquiles y Odiseo lo saludaron con un ligero movimiento de cabeza; deduje que el adivino no era santo de la devoción de los otros tres. El gran rey tomó la palabra y sin saludarlo comentó:

- Este hombrecito que ves aquí, vestido de blanco y calzando tan extrañas sandalias, ha osado poner en duda la capacidad del comandante de esta expedición griega y ha cuestionado el poder de la divina Artemis. Dice conocer el pasado, el presente y el porvenir, y aunque algunas cosas pasadas las ha recordado como si fuera un Griego, en sus palabras de bárbaro ha comprometido el porvenir de todos los que aquí estamos. Mi deseo es que habléis con él y que, con el poder que te han dado los dioses, nos digas cómo adivinó los nombres nuestros y quién ha contado a este bárbaro las cosas que nos ha dicho, pues ello me ha hecho pensar que se trata de un espía troyano en contacto con algún poderoso, traidor de nuestras huestes. Solamente él podrá decirnos de quién o de quienes se trata.
- ¡Este bárbaro es un farsante, quitadle la túnica! -gritó con voz chillona Calcante sin pensarlo dos veces.
De un sólo tirón, Aquiles me despojó de la cortina; quedé en franela, pantalones cortos y zapatos de goma; mis lentes cayeron al piso, los cuales recogí rápidamente y me los puse.

- ¡Quitadle esa fuente de magia que ha colocado sobre sus ojos! –chilló de nuevo el adivino.

Esta vez fue Odiseo quien me arrancó los lentes y con sus grandes uñas arañó mi frente que comenzó a sangrar y salpicó sus dedos. Me aterrorizó la fuerza descomunal de este hombre, quien con el sólo roce de sus dedos con mi frente, casi me hizo caer al piso. ¿Porqué tuve que hacer caso a esa aparición? Sentí un miedo profundo y, a pesar del intenso calor reinante en el salón, un frío desagradable comenzó a recorrer mis piernas. Vi a mi alrededor buscando apoyo, pero los ojos de mis compañeros viajeros se desviaban hacia el piso cuando mi mirada se encontraba con las suyas y mi compañera, acurrucada en el rincón del sofá, parecía haberse comido las uñas y las puntas de sus dedos. Cuando estaba a punto de desesperarme, percibí una voz en el centro de mi cabeza: “Ánimo, ya comenzaste, no te acobardes; ese adivino es tu principal enemigo en este instante, anímate, atácalo, no lo dejes pensar”; el coraje regresó lentamente y aunque presentía que era mi fin, intenté un nuevo argumento.

- Te has equivocado Calcante, adivino de malos augurios para la familia Atrida, y tú Odiseo has manchado tus manos con mi sangre de inocente e hijo del dios más poderoso del universo, ya sabes a que te has expuesto, y te digo y adelanto, que tu destino después de esta guerra será terrible; vagarás durante diez años, por mares desconocidos para aumentar el dolor y el sufrimiento de tu mujer y de tu hijo; tu madre ha de morir en tu ausencia y tu padre ha de retirarse a vivir en la más desolada existencia.
- ¡Calladle y matadle de una vez! Gritó Calcante.
¡No! - gruñó Agamenón y desenvainó su espada; también lo hicieron Aquiles, Odiseo y Ajax, Menelao estaba indeciso. El gran rey se me acercó y colocó el canto de su ensangrentada espada sobre mi cuello... a ver charlatán ¿qué tienes que decir?
- ¿No te das cuenta, Oh, gran rey que este adivino de malas pulgas no quiere que hable? ¿Recuerdas quién predijo o interpretó los deseos de la diosa Artemis para sacrificar a tu hija? ¿Sabes de alguna vez que los vaticinios del perverso Calcante hayan estado a tu favor o...a favor de tu familia? ¿No te has dado cuenta que detrás de esos pequeños ojos negros de serpiente venenosa, se esconde una gran ambición de poder que incluye tu vida misma? ¡No confíes en adivinos, los mejores adivinos son la razón y el sentido común!
- ¡No lo dejes hablar gran rey, matadle o lo haré yo mismo!

Agamenón movió su espada y la colocó sobre el cuello de Calcante, seguidamente dijo:

- ¡Callad insensato adivino de malos presagios! ¿No serás tú el traidor de mis temores? ¿Por qué no lo dejas hablar? Esto es algo que no logro explicarme y me llena de incertidumbre, ¿Cómo es posible que el arte antiguo de este adivino no ha sabido traerme nunca otra cosa más que la perturbación y el terror? Ambiciosos y perversos son los adivinos todos; yo quería que se quedara en tierra, pero Aquiles se opuso con tanta vehemencia que no me quedó otra alternativa que traerlo ¿No estarás tú, Pelida, conspirando con esta serpiente?

Aquiles se movió y con su espada desenvainada, se colocó al lado de Calcante para iniciar un iracundo ataque increpando a Agamenón:

- Rey desdichado, causante de tanto dolor y de acciones funestas, no se te ocurra levantar tu espada en contra de este hombre sabio y honesto, en quien los dioses han puesto sus palabras y su confianza; quien ha sido capaz de interpretar los ambiguos e intrincados mensajes que Ptia, la infalible pitonisa del Oráculo de Delfos, comunicó a sus fieles sacerdotes. Él te está guiando en esta gloriosa campaña hacia Troya.

Pude observar, que las arterias del cuello de Aquiles estaban a punto de estallar y para mi beneplácito comprobé que este par de colosos se odiaban. Aunque todo estaba tomando otro rumbo, me convenía que la discusión se centrara en torno al adivino, de acuerdo a la recomendación del dios. Aprovechando que el Pelida se había callado un momento, para escuchar algo que Menelao le susurraba al oído, me entrometí:

- ¿Gloriosa campaña? Por lo menos hasta ahora no tiene nada de ello, sino que por el contrario está llenando de consternación y amenaza con el terror y la conmiseración de una tragedia más para la familia Atrida. Él fue quien te recomendó el Puerto de Áulide en Beocia, para que sirviera de concentración del más poderoso contingente de negras y cóncavas naves que hayan visto los ojos de dioses y mortales en toda la Hélade. Estoy seguro que él sabe, como también lo sé yo, que en esta época del año Artemis abandona esa zona y se va a recorrer la floresta con sus jaurías y su cortejo de ninfas, y que...¡En el Áulide nunca ha existido brisa para navegar en esta época del año, y las consecuencias las estás viviendo ahora gran señor!

El efecto de mis palabras fue tan desconcertante y certero que Calcante no podía salir de su asombro; todo lleno de dudas y de miedo, dio dos pasos hacia atrás y con una rodilla sobre el piso, para complicar más su situación, comentó tímidamente:

- Si ahora estamos viviendo las consecuencias no es por culpa de mi vaticinio, sino por el olvido tuyo Oh, mi gran rey, por no haber cumplido vuestra promesa a la divina Artemis.
- ¡Calla maléfico adivino!, ¿Pretendes llamarme desmemoriado o irresponsable? ¿No te basta con el dolor que ya me estás causando?
- No mi gran señor, no fue esa mi intención, la que sí está bien clara es la intención de este desdichado, de crear la confusión y la enemistad entre vosotros para que la duda, el odio y la maldad llenen sus nobles corazones y la locura inunde vuestros pensamientos.
- Por primera vez escucho algo sensato de tus envenenadas palabras, pero no puedo negar que este insolente ha mostrado sabiduría y valentía, y que habla con gran parte de la verdad.
- Si admites eso, estás demostrando que eres un rey estúpido, con cara de perro y corazón de ciervo -replicó el colérico Pelida- y que admites tener en tus lujuriosos pensamientos a Briseida, que eres un mentiroso y que tu siempre manifiesta preferencia por Odiseo os hará traicionar al gran Ayante en el caso de que mi muerte ocurriera. Pero sabed todos que en la guerra contra la bien amurallada ciudad de Troya yo no he de morir, ya que el mismo Apolo me lo ha dicho, así pues que este insolente hablador está mintiendo.
- ¿Y tú hablas de mentir? –respondí- ¿Te recuerda algo el nombre Pirra? ¿No crees que te mientes a ti mismo al creerte tan valiente? ¿Crees tú, que expondrías tu vida como lo haces si supieras o admitieras que eres un mortal, como lo son tus compañeros? Hay algo que nadie en Grecia sabe, pero que yo sí sé acerca de tu inmortalidad, que tu madre Tetis sufre mucho por ser la causante de ello, pero que tu padre Peleo ignora, aunque lo sospecha.
- ¿Y cómo sabes tú, gusano, que mis padres son Tetis y Peleo?
- Yo sé muchas cosas que ustedes no saben.
- Pero...¡Yo soy inmortal!
- ¡Mentira! claro que no eres inmortal, pero tu condición de semi dios y tu arrogancia no te permiten aceptarlo.

La reacción de Aquiles me indicó que tenía al adivino en mis manos, pero tenía que aprovechar este nuevo arrebato de ira del Pelida. En este momento pensé que me jugaría una de mis más atrevidas y peligrosas acciones, sin pensarlo dos veces se lo solté:

- Tu eres hijo de un mortal engendrado en una diosa; por ello eres un semidios, pero eres mortal porque así lo dispuso Zeus y al mentirte a ti mismo pones de manifiesto que los dioses, y semidioses, son mentirosos según les convenga y si Apolo os ha dicho que en esta guerra no morirás, entonces Apolo te ha mentido y...

Antes que continuara con mi discurso de intriga, la gigantesca y pesada espada de Aquiles cayó a mis pies, todo lleno de ira se quitó el formidable yelmo y lo lanzó al piso; rumiando gritó a todo pulmón:

- ¡Toma mi espada y mátame, si sabes cómo hacerlo, engreido cara de perro!
- ¡No!, Yo no puedo privar al valiente pueblo Griego de uno de sus más corajudos guerreros y no puedo mostrar a los dioses, sin su consentimiento, que sus hijos pueden ser mortales. Aunque me desprecies y veas en mi a un ser insignificante, yo sé cómo quitarte la vida pero no puedo ni debo poner a los troyanos en ventaja contra los griegos.

- No lo haces porque eres un cobarde y un mentiroso. ¡Soldado, toma mi espada y atácame!

El soldado, aterrorizado, bajó la cabeza en señal de respeto, pero Agamenón le gritó: ¡Tómala y atácalo!. Como movido por un resorte el soldado tomó la espada con ambas manos, Aquiles empuñó su lanza y los dos se pusieron en guardia. El soldado atacó primero y Aquiles, que podía bloquearlo fácilmente, apartó su lanza para que la espada se estrellara estrepitosamente entre el hombro y su cuello, rebotando con un sonido de trueno y levantando una nube de chispas multicolores. Luego Aquiles, con movimientos felinos, se apartó unos pasos hacia atrás y semi arrodillado lo ensartó con su lanza por el estómago, atravesó sus pulmones y lo levantó hasta que el cuerpo del soldado se deslizó por el asta; previniendo que la negra sangre llegara a sus manos, lo arrojó con la lanza sobre el teclado de los músicos.

Ayante enfurecido se adelantó con su gigantesco escudo, forrado con siete cueros de buey, y su mortífera espada amenazante, pero Odiseo se interpuso entre ellos.

- ¿Te has vuelto loco, amado y respetado hijo de Telamón?
-¿Me has llamado loco, tú cobarde Laertida? ¡Yo no soy loco! Discúlpate o te irás a dormir al Hades en este mismo momento.
- Disculpa, pensé que habías perdido el juicio y la compostura.
- ¿Y no pierdes tú la compostura y el juicio, cuando este insensato mata a mansalva a un guerrero hijo de Grecia, sin pensar que como todos nosotros él ha dejado atrás a esposa, padres e hijos para defender la honra de este rubio y afeminado cornudo? ¡Es mejor que siga contemplando la luz del día un sólo hombre, sólo uno, que miles de mujeres!
Menelao apretó sus dientes y Agamenón se dio cuenta que había perdido el control de la situación, que era necesario intervenir de inmediato, antes de que los iracundos guerreros iniciaran su danza de muerte; tan fuerte como pudo gritó:

- ¡Calmaos, calmaos ya, hijos de la gran... Grecia! ¡Y tú engendro de Eris, no vuelvas a abrir la bocota sin que yo te lo permita, pues os cortaré la lengua! ¡Menelao, id en busca del Prudente Néstor! Aquí lo que hace falta es un hombre calmado, verdaderamente sabio y no este infame adivino que ha ocasionado semejante desastre.

FIN 5o CAP BLOG

lunes, 15 de septiembre de 2008

AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO. CAP 4


AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO
Capítulo 4



-¿Porqué lloran insensatas? ¿No se dan cuenta que el mayor honor de un mortal es el ser sacrificado a los dioses? Además, habrán de recibir la generosidad de un rey agradecido y los mayores tesoros, que nunca un bárbaro haya podido soñar, habrán de ser suyos.

Una de las mujeres se levantó, abrazó su pierna derecha y llorando desesperada suplicó por su hija. -¡Soltadme desquiciada!- Vociferó el gran rey, pero la suplicante madre se aferró más fuertemente. El rey de reyes, apartándola de un empujón le gritó -¡Mujer, en las mujeres el silencio adorno es!-; luego, desenvainó su brillante y gigantesca espada y asestó un golpe fulminante a la desdichada madre, cercenándole la clavícula y cortando en dos uno de sus pulmones, su muerte fue instantánea; simultáneamente, la primera virgen pura de la fila se desplomó al suelo y la luz que la cubría desapareció por completo. Los cinco guerreros tuvieron un instante de parpadeo y se dirigieron interrogantes miradas entre ellos; el soldado de la cratera permaneció inmóvil, impávido como una estatua, aunque con ojos desorbitados dirigió su mirada, sin mover la cabeza, hacia la pobre mujer que había caído a su lado y cuya sangre se movilizaba hacia sus sandalias.

Sentí que debía tomar mi decisión, que este era el momento de actuar. Me coloqué la cortina sobre la cabeza y como en una especie de túnica la crucé por mi cuerpo. Me monté sobre una silla y grité lo más fuerte que pude:

- ¡Alto criminal e insensato rey! que voceas en nombre de los dioses y de la justicia, y acabas de asesinar a una inocente madre que intentaba, suplicándote, salvar a una niña que es su hija legítima. ¿Cómo osas llamar bárbaros a quienes invocando a tus dioses te suplican por la vida de sus hijas? ¿Has olvidado que Zeus es el dios de los suplicantes?

Sentí como una mordaza que aprisionaba mi hombro izquierdo y algo puntiagudo y frío que amenazaba con hincarse en mi nuca. Era el colérico Aquiles, que de un salto se había colocado a mi lado y a pesar de que yo estaba parado sobre una silla, mi cabeza estaba al ras de su nariz. La suerte estaba echada, no me inmuté e interrogué a Aquiles a pesar de estar horrorizado:
- ¿Es así cómo tratas a un hijo del Dios más poderoso del universo?
- Aquiles gritó: ¿Le arranco la cabeza?
- ¡No! espera un momento -replicó Agamenón, a este bárbaro he de matarle yo mismo. ¿Cómo es eso de que eres el hijo del dios más poderoso del universo?
- Esa pregunta he de respondértela luego, lo importante ahora es que sepas que has asesinado a una inocente y suplicante madre, y que su sangre ha cubierto tus manos ¡Sabes muy bien lo que eso significa! Además, a tu maldita extirpe Atrida se une este inútil crimen que Zeus no ha de pasar por alto. ¡Y tú, hijo de Peleo, quítame tus manos de encima! ¡No defiendas y adules a quien pronto habrá de traicionarte y escúchame! Así como mintió a su esposa, para que trasladara a Áulide a su joven y hermosa hija Ifigenia para casarla contigo, sin que tú supieras nada, así ha de mentirte nuevamente para robarte a la bellísima Briseida, pues su lujuria no le permite sacarla de sus pensamientos desde el mismo momento en que te la obsequiaron como premio a tu valentía. La presión sobre mi hombro desapareció y sentí el rechinar de su espada al entrar en la brillante vaina, pero los otros guerreros estaban inquietos y alborotados.

- Hermano, déjame matarle -replicó Menelao.
- ¡No!, ese mortal es mío y yo mismo he de matarle con mis manos, pero antes quiero que venga Calcante, pues este hombre ha dicho cosas que nadie debería saber y que me hacen sospechar de un espía o complice de una funesta traición en nuestras huestes. Los únicos que sabíamos lo que sucedió en Áulide éramos Calcante, Odiseo, tú y yo; no puedo entender cómo este pequeño y cretino mortal sepa lo que está diciendo.

Los guerreros estaban atónitos y encolerizados, pero el más sorprendido de todo era yo ¿De dónde me salió esa elocuencia y esa valentía? Sentí nuevas fuerzas al observar a mis compañeros turistas con sus caras levantadas y mirando hacia mí, sin mover sus labios, en muda esperanza, y mi compañera estaba desconcertada, llorosa y con ambas manos entrelazadas, como rezando e implorando a Dios por mi vida. Volví a la realidad y pensé que había ganado el primer round pues, según escuché a Odiseo, el adivino Calcante no estaba en la nave que nos había capturado y habría que mandar a buscar por él. Agamenón me hizo una señal para que me acercara y colocara a su lado, conjuntamente con los cuatro guerreros que ya le estaban rodeando. Estaba convencido que no debía demostrar miedo y aunque sentía que mis piernas se desmoronarían en cualquier momento, salté de la silla y caminé hacia él lenta y altivamente.

- ¿Sabes algo bárbaro? Me has hecho dudar, pero no niego que eres valiente y por ello te prometo que habré de darte una muerte rápida para que no sufras mucho.
- Estoy muy claro en eso y si te he hecho dudar he puesto de manifiesto que eres un rey débil y un rey que duda no merece ser rey.

Este bárbaro es un insolente, lo voy a matar yo mismo, pero lo voy a hacer sufrir como jamás ha sufrido perro viviente alguno –gruñó Odiseo. De un salto Agamenón y Menelao se pusieron enfrente de mí. ¡Tranquilo Odiseo, ya dije que este hombre es mío porque aquí me huele a traición! A un lado, Aquiles permanecía con mirada de interrogación y Ajax parecía desentendido de todo. Cuando se calmaron los ánimos, reinicié mi discurso de confusión e intrigas.

- En verdad, no me sorprende la actitud del hijo de Laertes, de quien dicen que en astucia es comparable a Zeus; por una de sus grandes ideas, le metió en la cabeza a Tindareo este enredo de vengar el honor de Grecia y hacer jurar a todos los pretendiente de Helena tan nefasto compromiso. Él sabía que no podía competir con la hermosura del rubio Menelao y lleno de envidia le dio esa idea a Tindareo, quien en agradecimiento le entregó a la más fiel de las mujeres de su reino, a su hermosísima sobrina Penélope, hija de Icario y de Peribea, quien ha de sufrir los más horribles ataques de lujuria de los hombres jóvenes y otros no tan jóvenes de Ítaca, mientras él esté ausente.

Iracundo, Odiseo desenvainó nuevamente su espada y comenzó a moverse con la rabia consumiendo sus pensamientos.

- Espera un momento, rey de los cobardes y de las mentiras; estás enojado porque también tú eres un rey débil. El gran rey Agamenón sabe muy bien que para evitar venir a la guerra os hicisteis el loco, no para defender a tu hermosa mujer, a tu pequeño hijo o a tus ancianos padres, sino que lo hiciste por cobardía.
- ¡Cállate bárbaro! ¡Por andar diciendo estupideces como un estúpido, te voy a cortar esa lengua sucia!
- Un momento -intervino Agamenón ¡El bárbaro no miente! Es cierto lo que ha dicho este hombre, recuerda que Menelao y Palamedes fueron a buscarte y fue este último quien descubrió tu ardid. Pero dime tú, gran bocón, príncipe de las injurias y padre de la discordia ¿Quién te ha contado tantas cosas en las cuales mezclas verdades y mentiras? ¿Es qué eres un enviado de Eris o será qué sois un simple farsante que conspira con alguien de mi ejercito?

Pensé que ya tenía en mis manos a Odiseo, pues al hacerlo rabiar no coordinaría bien sus pensamientos para inventar cualquier triquiñuela; le respondí al gran rey para continuar confundiéndolo:

- Yo sé muchas cosas que ustedes no saben. No puedo negar que en tus actos y pensamientos hay algo de sabiduría, como le corresponde a un rey capaz de comandar los ejércitos griegos; pero por esa sabiduría deberías haberte dado cuenta de que todo lo que os he dicho es la pura verdad, porque mi Dios, el que te comenté anteriormente, pone en mis pensamientos y en mis palabras todo lo que os digo.
Agamenón respondió de inmediato:
- No se necesita ser sabio para conocer el pasado, ciertamente que los mortales pueden saber muchas cosas en viéndolas; pero antes de verlas, ningún adivino del porvenir sabe lo que sucederá y lo que me intriga y me hace dudar es que has hablado de cosas que aún no han sucedido, que llenan de ira y de odio mis oídos y los de mis compañeros.
- Mi Dios es el Dios de Zeus y de todos los dioses del Olimpo; conoce perfectamente lo pasado y lo por venir. Para aumentar vuestras angustias y para hacerte dudar más ¡Oh, injusto rey! y poner de manifiesto tus debilidades, he de deciros a todos que el bueno y noble Ayante Telamonio también ha de ser traicionado por ustedes.

Ayante levantó su cabeza cuando se sintió aludido, sus pensamientos vagabundos parecieron detenerse y tomar un rumbo; se paró, se desperezó y preguntó:

- A ver tú, que hablas tan deslenguadamente, ¿Cómo sabes nuestros nombres? ¿Qué tienes que decir de mí?
- Yo sé muchas cosas que ustedes no saben. Tus padres son Hesione y Telamón, de él heredaste la fuerza y la valentía en la batalla. A ti te guía Ares el dios de la guerra y la destrucción, y aunque eres un hombre de nobles sentimientos, a la hora de matar desconoces hasta a tus amigos y no te importa si es un dios al que tienes por delante, por eso se dice que Dionisos ronda tus pensamientos. Cuando Aquiles muera, pues...,vi hacia donde estaba el Pelida, ¡escúchame bien iracundo Aquiles!, porque tú sabes muy bien que has de morir joven, aunque algún dios te mienta y te diga lo contrario; por ello tu madre sufre continuamente y trata de darte y complacerte en todo lo que le pides. Sabes que es verdad y que no te miento; pues bien, a tu muerte habrá una gran competencia para entregar al ganador tus atuendos y tus armas que han sido elaboradas, a solicitud de tu madre, por el mismo Hefesto. En ese momento ha de surgir la traición en contra del noble Ayante y los implementos y armas bien ganados por él, les serán entregados a Odiseo, quien en componenda con Agamenón y Menelao lo decidirán de esa manera, para trastornar su fiel y valiente corazón y hundirlo en la locura, a pesar de que será él quien, entre una tormenta de proyectiles, retirará tu cadáver del campo de batalla.

Ayante se sentó de nuevo y con una estruendosa carcajada, con la boca abierta hasta donde más no podía, se tragó un gran vaso de vino. En ese momento entró Taltibio, el heraldo de Agamenón, quien sin mucho protocolo anunció: Ha llegado Calcante.

FIN 4o CAP BLOG

domingo, 14 de septiembre de 2008

LA CITA DE HOY

“Mas cada cual el rumbo siguió de su locura,
agilizó su brazo, acreditó su brío,
dejó como un espejo bruñida su armadura,
y dijo: el hoy es malo, pero el mañana es mío.”
Antonio Machado

lunes, 8 de septiembre de 2008

AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO. CAP 3



AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO
Capítulos 3o


Agamenón hizo una señal y entraron seis soldados, dos cargaban un hermoso trípode de oro y los otros cuatro una soberbia y hechizante cratera recubierta de oro y piedras preciosas; la montaron sobre el trípode y procedieron a llenarla con un agua que parecía estar muy fría, pues inmediatamente sus paredes se llenaron de sudor por la humedad creciente en el gran salón; a su lado se quedó, inmóvil, el más alto y fornido de los soldados. Ahora viene la prueba final -gruñó Agamenón- la siguiente es la prueba de la pureza, porque es necesario definir bien a las que habrán de escoger, ya que una mujer puede ser virgen sin ser pura y la diosa no nos perdonaría semejante error. Hemos de bañar a estas mujeres con agua fría de las fuentes del nacimiento del Estige; las vírgenes habrán de sentir la caricia de Afrodita cuando su piel se erice de pies a cabeza, y Atenea, la diosa virgen, dará su aprobación con una señal inconfundible. ¡Desnúdense! rumió Agamenón y el salón se transformó como en un teatro con una escena de valet plenamente ensayada, los movimientos de las vírgenes eran idénticos.

La primera en pasar fue una mujer como de unos veintitantos años, el soldado desparramó una vasija de agua sobre su cabeza, lo cual provocó espasmos en su cuerpo pero sólo por unos instantes, tomó sus vestidos y se fue al final del salón. La siguiente fue una niña, tal vez de trece a catorce años; al contacto con el agua, su tierno cuerpo comenzó a tiritar frenéticamente y como por un hechizo, su piel totalmente erizada, se rodeó de una luz brillante, azulada. Los ojos de los cinco guerreros se llenaron de gozo, el soldado permaneció inmutable. De esa manera, pasaron todas las vírgenes, de las cuales ocho fueron descartadas; éstas se mantuvieron apartadas pero no se les permitió reunirse con sus amigos o familiares.

La voz del rey de reyes, altiva, fuerte y profunda se alzó de nuevo: “Ahora, y para que veáis cuan justo puede ser un rey, os toca a ustedes seleccionar finalmente a las diez afortunadas vírgenes, pero han de tener muy presente que aquí las emociones no tienen sentido, que la juventud da placer a la diosa, que una virgen vieja no merece el honor del sacrificio y que si se equivocan en su selección, el Hades ha de ser el refugio de todos ustedes”. Para mis adentros pensé que nunca había escuchado instrucciones más precisas; estimaba que había unas siete vírgenes entre doce y trentipico de años, las otras eran de mayor edad, incluyendo cinco mujeres entre cuarenta y cincuenta y otras dos visiblemente mayores de sesenta años, que parecían pavonear su virginidad y su pureza en el centro del salón. No sospechaban que lo que se nos venía encima era un tremendo problema, pues los números no cuadraban, no había diez vírgenes puras y jóvenes.

Al ver la cara de inocencia de las niñas, algo dentro de mí comenzó a rebelarse. Recordé la valentía de los hombres que habían asesinado, pensé en Afrodita e invoqué la justicia de Atenea, mi querida diosa virgen, para que pusiera fin a aquella locura, pero recordé que ella estaba a favor de los griegos en esa guerra y no atendería a mis súplicas; sin embargo, Afrodita estaba a favor de los troyanos y era, en parte, la causante de ésta calamidad ¿Podrá ayudarnos?. Por mi mente comenzaron a desfilar todas las cosas que sabía, que había leído acerca de los griegos, los paseos recientemente realizados por el Oráculo de Delfos y por la impresionante Acrópolis, por los mares llenos de leyendas y por la admiración que todo ello me hacía experimentar. Sentía que mis héroes comenzaban a derrumbarse, que la crueldad era hermana infiel de la belleza y la justicia, pero también comprendí que mis patrones de justicia y de ética no tenían que ser iguales o parecidos a los de ellos y que por una jugarreta del tiempo o no sé de qué cosa, nos encontrábamos atrapados en una paradoja, en un cuento o en una trampa. Conocía de la tragedia que Agamenón vivía en esos momentos y cómo había terminado, pero me parecía una locura, una insensatez, un martirio innecesario para aquellas niñas y mujeres.

Nuevamente sentí posarse encima de mi cabeza la sombra que antes me había hablado, pero esta vez pude distinguirla un poco mejor, era un hombre muy hermoso, su cara parecía de porcelana y alrededor de su silueta brillaban miles de minúsculos luceros. ¡Tiene que ser un dios!, ¿Pero, cuál de ellos? Como era de esperarse, en todas las actividades de los griegos, en la antigüedad, los dioses están de por medio y ésta no podía ser una excepción, pero...¿Por qué éste se me presenta a mí y no a un Griego? Sabiendo lo tracaleros y perversos que pueden ser si se lo proponen, quise esquivarlo para que no me envolviera en una de sus funestas trampas; pretendí sentir temor de que los guerreros nos vieran e intenté cerrar los ojos para apartar aquella visión. Él se me adelantó y advirtió:

- Mortal, no cierres los ojos ni temas por represalias, pues ellos no pueden vernos ni oírnos; escucha bien lo que voy a decirte pues no he de repetirlo. No se trata de tu vida, la de tu amiga o la de las vírgenes, de ello dependerá la vida de todos ustedes y, principalmente, el futuro de Troya la de amplias calles. Habrás de crear la confusión y la duda en los pensamientos de Agamenón; para ello tendrás que vencer la astucia de Odiseo, el mal genio de Aquiles y de un perspicaz adivino que ha de presentarse, pues yo, de ser necesario, me encargo de los otros dos.

- Pero... ¿Y por qué tengo que ser yo? No poseo la fuerza ni los recursos para combatir a esos gigantes.
- ¡Tienes que ser tú, porque tiene que ser alguien! Si no posees la fuerza, sí tienes la virtud de la memoria y de la palabra, que es más fuerte que la espada más poderosa y, te digo, que ellos no son gigantes, son mortales como tú y además me tienes a mí como aliado.

Intenté seguir argumentando y me di cuenta que había desaparecido. Un frío me recorrió todo el cuerpo y sentí erizarse los cabellos en mi nuca, que estaba mojada por completo, un hilillo de sudor me corría por la espalda y se colaba entre mis nalgas y piernas. Al contrario que las instrucciones de Agamenón, las del dios me parecían vagas e insuficientes. ¿Pero cómo puedo combatir con la memoria y la palabra a los campeones de la palabra y la memoria? ¿Cómo podría yo confundir a Agamenón, al campeón de la astucia Odiseo y al siempre encolerizado Aquiles? ¿Quién será el adivino? ¿Qué hago? Se me vino a la mente la diosa Eris, la discordia. ¿La invoco? No, no, mejor no lo hago, ella podría meterme en un problema de mayores proporciones. Lo que tengo que hacer es recordar todo lo que pueda de lo que he leído de los griegos, sólo habrá que esperar el momento oportuno para actuar y el dios tiene que iluminarme porque, de acuerdo a sus palabras, él es mi aliado y parece estar en contra de estos terribles guerreros. A mis pies había una cortina blanca que fue arrancada de una ventana próxima, con mi pie derecho comencé a halarla hasta que la tuve al alcance de la mano.

Agamenón rugió de nuevo: Ha llegado el momento de que tomen su decisión, que, como pueden ver no ha de ser muy difícil pues la mayoría de las vírgenes puras son las más jóvenes. Ningún hombre se movía ni se atrevía a modular palabra alguna. Un grupo de mujeres comenzó a movilizarse hacia el gran rey, se adelantaron y se echaron a sus pies suplicando por la vida de sus hijas.
FIN 3er CAP BLOG

miércoles, 3 de septiembre de 2008

AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO. CAP 2


AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO
Capítulo 2o


La mar, embravecida al principio, quedó en calma y una claridad, similar a los rosados dedos de la Aurora, comenzó a dibujarse en un horizonte incierto hacia donde debería estar Atenas, pero las colinas y edificios no estaban allí, habían desaparecido. Todos nos quedamos quietos y enmudecidos. Tomé mi cámara y comencé a tomar fotografías; percibí una silueta acercándoseme, se posó sobre mi cabeza y susurró: “No utilices eso”, miré hacia arriba y apenas alcancé a ver un rostro hermosísimo que se desvaneció en el aire. Inmediatamente pregunté a mi compañera si la había visto y me contestó negativamente; la miré a los ojos y me di cuenta que estaba aterrorizada, la abracé y traté de tranquilizarla asegurándole que todo iba a pasar muy pronto. Intrigado, guardé la cámara y no seguí tomando fotos.

Desde la negra y cóncava nave se extendió un puente, por él pasaron más de treinta hombres ataviados a la usanza de los guerreros de la Grecia antigua y tomaron posición en nuestro barco; afuera se escucharon algunos gritos y ruidos, pero cesaron rápidamente. No se sentía la respiración de nadie y el ambiente estaba teñido de una luz rosada, fuerte y brillante. Todo me parecía asombrosamente familiar y sospechoso, me recordaba algo pero no sabía qué. Como una alucinación, aparecieron cinco hombres ataviados en ricos uniformes de guerra, dorados, brillantes y enceguecedores; las manos apoyadas sobre sus espadas gigantescas, guardadas en sus vainas relucientes. Penetraron por las paredes del gran salón y el pánico se apoderó de todos los viajeros; los gritos, llantos y movimientos se reiniciaron de inmediato.

Los cinco hombres muy altos y fornidos, su piel curtida por el sol, tomaron posición en el gran salón, adquiriendo la configuración de una equis, con el que parecía ser el jefe en el centro; sin emitir una palabra, giraron lentamente dirigiendo su mirada hacia los asombrados y aterrorizados grupos de turistas. El silencio se hizo absoluto nuevamente; sus ojos eran grises, penetrantes y fríos. No puede ser, esto es un sueño, pensé para mis adentros; parecían haber salido de la Ilíada. Algo comenzó a tomar forma en mis pensamientos: Por su rica indumentaria y su magnífico cetro creí identificar a Agamenón; por la majestuosidad de las armas, el uniforme y el tamaño, deduje que el más próximo a mí era Aquiles; los otros debían ser Odiseo, por sus anchas y poderosas espaldas, y Ayante, una mole humana con un enorme escudo; el quinto era rubio y los vellos de sus brazos desnudos brillaban como escarchas de oro...tenía que ser Menelao. Al principio, había pensado que se trataba de un espectáculo programado por los promotores del crucero, a la usanza de Universal Estudios o de Los Aleros en Mérida, pero todo era demasiado real aunque se salía de cualquier lógica posible.

El hombre del centro levantó su brazo derecho y sus labios comenzaron a moverse. Una voz fuerte, grave y poderosa, se sintió como un estruendo; lo fantástico era que su voz parecía entrar por nuestros pies, pero lo más asombroso de todo es que daba la impresión de que la totalidad de los presentes lo entendíamos. Yo escuché sus palabras en perfecto Español, le pregunté a mi amiga si le comprendía y con sus ojos bien cerrados y ambas manos apretando mi derecha, me indicó que sí con un imperceptible movimiento de cabeza. El resto de los pasajeros parecían preguntarse lo mismo y por los movimientos similares a los de ella comprendí que todos estábamos entendiendo, en más de doce idiomas diferentes, lo que el tipo había dicho. Luego continuó: “Ustedes son nuestros prisioneros, pero no deben estar temerosos pues no vamos a hacerlos esclavos ni a sacrificarlos a todos”. El desconcierto se reinició con la gente corriendo y gritando por todos lados, pero ellos con sólo su mirada misteriosa y profunda callaron por completo al grupo. Como por un extraño encanto, los niños y niñas menores de doce años cayeron poseídos de un placentero y profundo sueño.

Visiblemente enojado, el jefe del grupo invasor se identificó:
- Yo soy Agamenón, rey de reyes, protegido de los dioses y comandante de todos los ejércitos griegos; soy tolerante, bondadoso y amante de la justicia, pero aborrezco el desorden y si reaccionan de nuevo como lo hicieron, os juro por el Olimpo que habrán de ser alimento de las criaturas del mar. Nuestro destino es la bella y bien fortificada ciudad de Troya, la cual hemos de destruir por mandato de los dioses para vengar el pisoteado honor Griego. Hasta ahora todo marchaba como lo predijo el Oráculo, pero la divina Artemis por un irreparable error de alguien, ha decido que mi amada y querida hija Ifigenia sea sacrificada; de no hacerlo, no tendremos su ayuda para que los dioses muevan nuestras cóncavas naves, paralizadas por falta de viento en el Puerto de Áulide en Beocia. El astuto y siempre buen amigo Odiseo, ha logrado convencer a la divina Artemis de cambiarla por diez vírgenes bárbaras. Aunque no puedan verlas, los ojos del rey más poderoso del universo están llenos de lagrimas por la más hermosa de las hijas, nacida de la más bella de las mujeres. De vosotros, bárbaros profanadores de los más sagrados lugares, ha de salir el grupo de vírgenes que salvará a mi amada hija. Ustedes, que no conocen el respeto, que se burlan de nuestros dioses, que con sus pies profanos pisan todos nuestros sagrados recintos, que roban la esencia de nuestra vida en las extrañas cajas que cuelgan de vuestro cuello, han sido escogidos por la divina Artemis para salvar a Ifigenia, os debéis sentir, por demás, honrados de tal honor. Debo advertirles que nadie puede venir en vuestra salvación y que los encargados del manejo de esta extraña nave, responsables por la vida de cada uno de ustedes, ya han sido controlados y encadenados, sólo hemos enviado al Hades a dos de ellos que no hicieron caso a nuestras advertencias.

Al escucharse la noticia, en el salón se sintió un gran murmullo; tres hombres, altos y corpulentos, portando sendas sillas se abalanzaron contra Agamenón. Antes de que lograran acercársele se sintió una silbante ráfaga de viento en el ambiente y vimos cómo los tres hombres se levantaban del piso y salían proyectados hacia atrás; Aquiles, Odiseo y Ayante les habían acertado en el centro del pecho con sus lanzas y los valientes hombres quedaron colgando del mostrador del bar, atravesados por éstas. El silencio y la frustraación se hicieron absolutos.

Como si no hubiese pasado nada, los cinco hombres giraron de nuevo, lentamente, sobre ellos mismos y dirigieron su mirada sobre nosotros. Con cada destello de sus ojos, las mujeres de doce años en adelante, de todas las procedencias, comenzaron a movilizarse tranquilamente, como hipnotizadas; pasaban por una luz azul que se encendía brillantemente o se opacaba si la que cruzaba era virgen o no lo era. Se sucedieron una serie de escenas de lo más curiosas y de los pasajeros salía como un extraño murmullo de alegría, tristeza o desengaño cada vez que una candidata cruzaba “la luz de la verdad”, como la llamaba Agamenón. “Mi niña de quince años no puede quedarse aquí, víctima de estos sicópatas”, pero la tristeza y el llanto se transformaban en una asombrosa y extraña alegría cuando la luz se opacaba para descartar a la virgen…que no lo era. Un joven, ubicado a mi lado, no parecía interpretar su emoción cuando la luz se avivó al pasar su novia. Cuando resplandeció la luz con nueve mujeres, que por lo menos tenían entre cincuenta y más de sesenta años, hubo confusión, incredulidad y hasta risas nerviosas y burlonas.

Los murmullos se fueron propagando y tomando ritmo creciente de rebelión; se hicieron tan insistentes que nuevamente se escuchó el trueno de Agamenón: “Ya vieron lo que pasó antes, ¡Aquí no puede haber emociones!, el próximo murmullo o comentario, será suficiente para que el que lo haga sea atravesado por la lanza de uno de mis guerreros, ¡Para vosotros no deben existir los sentimientos!” El silenció se adueñó del gran salón y las mujeres terminaron de pasar; al final quedaron veintidós vírgenes en el centro del salón, mi compañera regresó al mueble y la abracé con mucha ternura. FIN 2o CAP BLOG

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