Escritores venezolanos. Conversando y Escribiendo

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miércoles, 6 de agosto de 2008

AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO. CAP 1

El barco, de nombre Dionisos, hacía el recorrido turístico para visitar las islas Poros, Egina e Idra, en un crucero de medio día por el mar Sarónico. En total podrían haber más de doscientos cincuenta turistas procedentes de múltiples lugares del mundo. Las instrucciones se impartían en siete idiomas: Griego, Inglés, Español, Portugués, Francés, Japonés e Italiano; pero en esa Babel horizontal también había grupos de rusos, chinos, coreanos, alemanes, húngaros, etc., quienes en su mayoría recibían las instrucciones por medio de un guía, el resto se orientaba sólo con sus sentidos. Todo era alegría y felicidad, nadie se imaginaba la tragedia que nos esperaba en alta mar.

Terminada la visita a las islas, el barco regresaba al puerto de Atenas. Eran las 7:30 de la noche y la claridad absoluta; con el sol brillando alegremente, mucho antes de iniciar su impresionante rito del ocaso. Estabamos en pleno Verano, la temperatura a la intemperie de la cubierta, que al mediodía había llegado a 42 grados Centígrados, ahora era de 38. En el gran salón del barco el aire acondicionado hacía olvidarse de ello y un conjunto de cuatro músicos griegos amenizaban a los turistas. Tres muchachas, norteamericanas, bailaban y cantaban con ellos en el entarimado. El cantante se deleitaba entonando, en perfecto Inglés, “Jailhouse Rock” a la manera del gran Elvis.

Las caminatas por las islas habían sido un verdadero encanto. Escalinatas empinadas, largas, angostas, zigzagueantes, interminables, para luego mostrar el tesoro de su belleza en múltiples paisajes, que absorben, conmueven y asombran. La alucinante mitología Griega aflora por doquier para seducir y llenar los sentidos, se hace imposible no sumergirse en ella. Por mi mente desfilaban tantas cosas, los clásicos que había leído acerca de los griegos: La Iliada, La Odisea, las tragedias de Sófocles, Esquilo y Eurípides, la historia y la mitología que siempre me había fascinado. Algunos turistas al encontrarse se reconocen y se saludan efusivamente, pues se han visto con anterioridad en alguno de tantos sitios interesantes: en el Museo Arqueológico, en la impresionante Acrópolis, en Tebas o en Delfos, el más famoso Oráculo de la antigüedad, donde el hechizo cautivante de sus montañas agrietadas, peladas y desafiantes es el asiento del Templo de Apolo. Algo que me causaba repugnancia e incomodidad era observar a muchos turistas pisotear sitios sagrados y burlarse de los dioses para fotografiarse al lado de ellos, algunos en actitudes obscenas.

Inesperada y bruscamente el barco se vio envuelto en una gran niebla espesa que obligó al piloto a disminuir la velocidad de la nave y un continuo e intenso oleaje comenzó a embestirlo. Las muchachas, que bailaban frenéticas en el entarimado, casi cayeron sobre los músicos. La luz se interrumpió, quedando todo envuelto en tinieblas. Simultáneamente, las lámparas de emergencia comenzaron a emitir, titilantes, una luz tenue, tímida y amarillenta. Los sistemas automáticos de navegación del barco, erráticos al principio, dejaron de funcionar y el radar sólo indicaba una gran mancha blanca. El capitán intentó comunicar algo por los altoparlantes, pero su voz se sintió distante y entrecortada; cuatro oficiales salieron disparados hacia la cubierta, cada uno tomó posición en proa, popa, babor y estribor, conminando a todos los turistas allí situados a que bajaran al gran salón. Como el aire acondicionado había dejado de funcionar, de inmediato el calor comenzó su ataque frontal; los viajeros comenzaron a descorrer y despegar las cortinas e intentaban abrir las ventanas, pero éstas eran fijas. Afuera la oscuridad era total.

Los oficiales de abordo, provistos de megáfonos, iniciaron su discurso tranquilizador cuando ya algunos turistas comenzaban a gritar, sin haber llegado aún a la desesperación; las azafatas y guías intentaban inútilmente la comunicación externa utilizando sus celulares. El capitán habló nuevamente “Por favor permanezcan en su sitio, hemos tenido un problema de potencia pero ya nuestros mecánicos están trabajando en ello”. El mensaje se transmitió en los siete idiomas mencionados anteriormente, pero en la medida que cada grupo era informado, sus integrantes lejos de tranquilizarse comenzaban su movimiento de hormigas en desbandada, en todas las direcciones. “Quédense tranquilos estamos solamente a cuarenta y cinco minutos de Atenas y ya hemos recibido el mensaje de que han salido hacia acá un buque de nuestra línea y una lancha de la Armada”.

Yo abracé a mi compañera y le sugerí que se quedara tranquila a mi lado, en el rincón del mueble donde estábamos sentados. Aquel último anuncio me llenó de preocupación, pues estaba claro de que no había comunicación con el exterior y que sólo tenía la intención de tranquilizar, en otras palabras: no sabían lo que estaba sucediendo. Recordé de inmediato que en unos de mis paseos por cubierta había visto solamente cuatro botes salvavidas, con capacidad, tal vez, para unas cuarenta personas cada uno; también recuerdo que me pregunté cuanto tiempo tendrían esos botes allí, sin mantenimiento, pues estaban bastante deteriorados por el salitre. Cuando terminaron de dar las explicaciones, en los siete idiomas, cada grupo se movía en una dirección diferente y, dentro de éstos, los círculos de amigos o familiares también se movían al azar; los otros grupos de rusos, coreanos, chinos, etc., eran informados por sus guías y sin pensarlo dos veces también iniciaban su movimiento errático y desesperado. Resultado: el desconcierto y el caos total, con la mayoría de los viajeros queriendo salir a la vez por un par de puertas, de poco más de un metro de ancho, que los oficiales de a bordo tuvieron que asegurar por fuera.

Por el lado de babor comenzó a verse una luz potente que rapidamente se acercaba al barco. ¡Nos salvamos! ¡Vienen por nosotros! se escuchó, o pareció escucharse, por todo el salón. Las lagrimas y la desesperación se tornaron en alegría, con gritos de todo tipo en los diferentes idiomas; instantáneamente, se desmoronó la Babel horizontal y surgió el idioma universal de risas, lagrimas, aplausos y abrazos. La luz se fue acercando a una velocidad impresionante; los grupos que gritaban y reían, comenzaron a callar y a quedarse tranquilos cuando la luz inundó todo el salón, parecía de día nuevamente. Al lado del barco se paró algo como una sombra: una gran nave de aspecto antiguo y casco negro, con las velas arriadas, mostrando a estribor más de cuarenta grandes remos, colocados en posición de descanso.

FIN 1er CAPÍTULO

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