Escritores venezolanos. Conversando y Escribiendo

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viernes, 22 de marzo de 2013

¿Cuantas semanas tenemos en esto?. Entrega final


 Esta es la ultima entrega de un cuento que comenzó en este enlace, si no lo has leído comienza
por aquí:
y sigue por aquí:
para finalmente llegar aqui:
 
Tercera y Última Entrega.

Mayra señaló que las veces que había ido a Mérida el calor era insoportable. ¡Mucho calor! Dijo Mayra.

Irma respondió: Si, es verdad,  y permaneció inmutable  hablando de sus anécdotas domésticas.

Para quienes no conocen Venezuela, Mérida es un estado con un clima muy frío. Las montañas de los alrededores están nevadas aun cuando estamos en una latitud que corresponde a una zona tropical.  La altura del  terreno ocasiona montañas nevadas.
 
 

Habíamos comprobado que Irma no escucha a nadie.

Cada día me consigo con gente que desea hablar y hablar constantemente sin importar que siente, piensa u opina quien escucha. Las conversaciones lejos de ser un aporte de conocimiento, comprensión e intercambio de ideas se vuelven una clase de “monólogos locos” que sin son ni ton reclaman nuestra atención. Hay una necesidad desesperada de anular el silencio. Es muy poca la gente que soporta estar unas junto a otras en silencio. Es muy poca la gente que trata de sentir lo que el otro siente. Es mas, ni siquiera importa. Nos desconectamos inclusive de nosotros mismos. Ni siquiera escuchamos lo que sentimos y tampoco pareciera importarnos.


Hace poco tiempo a media tarde, en la oficina donde trabajo, escuché una conversación entre dos hombres en la que uno le contaba al otro el relato pormenorizado de todas las actividades hogareñas que había realizado la tarde anterior: “busqué los niños al colegio, fui a donde la vecina a dejarlos mientras buscaba el carro en el taller, regresé y los llevé a la casa, pasé por el supermercado para preparar una sopa… etc, etc, etc). Mi mente daba vueltas y  muy seriamente y sin ánimos de ofender a nadie me pregunté: ¿a quién carajo le importa tu vida doméstica?. ¿Por qué hay que perder tiempo escuchando una serie de detalles fastidiosos de la actividad cotidiana del hogar de alguien?. Ya no conversamos sino que hacemos interminables relatos de cosas del pasado que no aportan nada y que no tienen ningún significado para nadie. El asunto es hablar de algo, sea como sea. Ni siquiera miramos el rostro de la otra persona a ver si esta interesada o no en lo que estamos diciendo. Simplemente escupimos toda esa perorata y a quien le caiga, que soporte como Cristo el mártir. Otro monólogo cotidiano mas...
 
 

El silencio genera ansiedad. Las personas se incomodan y  sienten que deben decir algo para mitigar el ruido ensordecedor del silencio.
 

Las semanas siguen transcurriendo. Irma consiguió otra manera de llegar a su trabajo un poco más tarde, a una hora menos estresante para ella. Quedamos Mayra, Miranda y yo.
 
 

A veces Mayra debe salir de viaje por cursos que debe impartir en distintas localidades de la corporación donde trabaja. Me toca compartir con Miranda el silencio. Un silencio que resulta incómodo para ella aunque refrescante para mí.

Últimamente Miranda llena el silencio con una frase que repite hasta el cansancio todos los días: “tengo mucho, mucho sueño”.

 

Intento disfrutar del mágico sonido del silencio.

No respondo.

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