Escritores venezolanos. Conversando y Escribiendo

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martes, 2 de junio de 2009

¡ABSALÓN, ABSALÓN! COMENTARIOS DE UNA ANALOGÍA


En la obra de William Faulkner: ¡Absalón, Absalón!, parece estar presente con la vehemencia que caracteriza su narrativa profunda, confusa, mágica y misteriosa, una de las maldiciones familiares más famosas de los clásicos griegos. Hay algo en la obra que me hace recordar con gran intensidad la maldición que cayó sobre la familia de Atreo, rey de Micenas, padre de Agamenón y Menelao, héroes de la guerra de Troya. Es la consabida maldición presente en el mito Griego, que persiste hasta nuestros días, de que los hijos pagan los errores cometidos por sus padres e independientemente del carácter de éstos, de una manera u otra serán atrapados, ahogados, devorados indefectiblemente por la maldición. Es indudable que el trasfondo de la novela es otro, aunque claramente está enmarcada en el mito bíblico de Absalón, hijo del Rey David, conocido como la tragedia de la casa de David; no obstante, en este trabajo intentaré presentar las analogías entre los personajes de ella y los de la saga Atrida, tal como yo las veo y las siento.

¡Absalón, Absalón! es una historia de racismo, misterio, estupro, incesto, dolor, odio y muerte; donde la capacidad de la maldad parece superar cualquier vestigio de bondad dentro de la familia Sutpen y sus allegados. Uno de los trasfondos de la novela, la guerra de Secesión, le pone el marco donde El Ciento de Sutpen, que, para mis propósitos, representa la Micenas del mito Griego, será el escenario principal donde se sucederán algunos crimenes, físicos y mentales, porque no sólo es el hecho de quitar la vida a alguien, se trata también del despedazamiento y la destrucción de la voluntad, de los sueños, de las esperanzas, del alma y de la libertad de sus residentes. En la medida que uno va leyendo la novela, parece no darle importancia a las barbaridades implicitas en una guerra tan absurda como lo es toda guerra civil, se está pendiente y tratando de adivinar la siguiente historia en El Ciento y como va a afectar a tal o cual personaje en la oportunidad que alguno, de los cuatro narradores, lo traigan a escena. Así se comienzan a presentar, en una caótica cronología, que adquiere orden al final, una serie de eventos que se asemejan al tema a desarrollar y que se ejecutan en su mayoría en el Ciento de Sutpen, distante a doce millas de la comunidad de Jefferson, en el condado de Yoknapatawpha, estado de Mississippi.
Por supuesto que toda la historia se desarrolla en torno al poder, al igual que en la saga Atrida; desde el mismo instante en que Sutpen se presenta “en un caballo y portando dos pistolas” se muestran los atributos del poder: la fuerza y la violencia, y en su figura viril, barbara, salvaje. Alejado de todo convencionalismo, pero muy claro en sus propósitos de aventurero, conquistador y hombre de acción.

Se abre el escenario de la tragedia y los personajes comienzan a desfilar con una morbosidad indescriptible, morbosidad esta que se hace presente en cada uno de los narradores; no sabría calificar quien de ellos se recrea más en ella, si la Señorita Rosa, con su inútil virginidad y con todo su bagaje de odio y deseos reprimidos o si Quintín con sus aspiraciones de interpretar los episodios no completados por sus interlocutores y su identificación, cada vez más cercana, a los personajes de la tragedia, quienes, sin lugar a dudas, sufren y lloran la derrota del Sur. Sutpen aparece, a la vista de la señorita Rosa, como la encarnación de demonio y aunque, a diferencia de Atreo, no descuartiza ni sirve en banquete a los hijos de su principal enemigo, Tiestes, su hermano, le entrega sus hijos a su peor enemigo que es él mismo personificado en el Ciento y quien se encargará de hacerlos unos infelices y llevarlos a la destrucción.

Sutpen sobresale, sin lugar a dudas, desde el principio como el primer elemento de la tragedia, es el héroe. Él es el responsable directo ante la comunidad de un crimen que ha cometido, el crimen de arrancar una plantación de la Nada y tener un origen incierto, como también es incierto el origen de los esclavos salvajes que le compañaron; intenta imponerse sobre la comunidad y pretende poder construir su respeto, su propia moralidad, con la misma facilidad con la cual levantó el Ciento. La comunidad de Jefferson, con el puritanismo característico de la época, ve en él y en el Ciento la conjunción de todos los pecados capitales; tengo la impresión de que el único que no se menciona o no está implicito en los relatos es el de La Gula, aunque hay algo de ello en las invitaciones iniciales cuando el Ciento aún no había sido terminado, pero el resto: Soberbia, Avaricia, Lujuria, Ira, Envidia y Pereza están presente en algunos de los ambientes donde se desarrolla la acción.

Sutpen crea su propia cosmogonía, se cree que es el centro de ese mundo, que lo puede ignorar y cambiar cuando y como quiera, y lograr el poder, el respeto y la moralidad como si se tratase de una formula. Es él, quien a la vista de la comunidad de Jefferson, debe expiar su crimen, crimen del cual no puede escapar, como en la tragedia griega, y que se transfiere a sus familiares durante su vida y continúa aún después de su muerte. En este caso, vemos como el héroe, Sutpen, es sometido a un suplicio eterno por el hecho de haberse rebelado contra el principio establecido de una comunidad puritana, aunque él en su soberbia ¿o ingenuidad? todo aquello lo tiene sin cuidado, pues conoce una sola ley, la ley de la montaña, la ley del más fuerte. En él hay algo del Agamenón viril, prepotente, altivo y todopoderoso que dirige en la guerra a los griegos, pero él, a diferencia del otro, no sacrifica a su hija sino que pone en las manos de su hijo, Enrique, la honra de su hija Judit; esto constiuye una paradoja trágica, pues para no sacrificar a su hija, como sí lo hizo Agamenón con Ifigenia, él sacrifica a su hijo para convertirlo en un fratricida. Enrique se constituye en el Orestes que asesina a su medio hermano Carlos Bon, el Egisto y primo hermano de los Atrida en la tragedia griega, aunque no lo hace instigado por su hermana Judit, Electra, sino por su padre Sutpen, Agamenón; sin embargo, hay otra analogía entre estos dos hermanos, ya que al igual que Orestes y Electra, hijos de Agamenón, entre Enrique y Judit, hijos de Tomás Sutpen, se siente, se percibe una relación que supera la relación fraternal. Enrique no sólo quiere casarse con su propia hermana por medio de su amigo, sino que desea expresar su amor hacia Bon por medio de Judith.

Sutpen, al igual que el héroe trágico Griego, está inmerso en un destino del cual no puede escapar. Nadie sabe nada de él, de su origen, de la procedencia de sus riquezas, hasta el punto que la lápida colocada en su tumba sólo señalaría la fecha de su muerte. Como Agamenón, hijo de Atreo, el llamado asesino de pueblos, desde el punto de vista de los troyanos, o como el asesino de su madre en el caso de Orestes, hijo del anterior, Sutpen tiene que expiar su culpa por el crimen cometido. Toda la tragedia girará en torno a él y al Ciento, pero mientras observamos al héroe transitar el largo y difícil sendero que ya está escrito, que nadie parece conocer pero que está presente en cada uno de ellos como por una extraña simbiosis, que comienza a arrastrar todo lo que se interpone en su camino, aparece en escena o mejor dicho, se siente desde el principio un segundo personaje: el coro. El coro está constituido por dos grupos: los cuatro narradores, de los cuales una sola, la señorita Rosa, fue testigo presencial de los hechos, y la comunidad de Jefferson, quien lo juzga, lo odia, lo admira y le teme, por razones que ellos mismos no conocen, pero que están presentes como un testimonio irreversible de su naturaleza puritana y religiosa, temerosa de lo incierto y de lo desconocido.
La señorita Rosa, aunque es parte del coro, también tiene la importancia de ser un personaje dentro de esta historia, porque ella fue parte de la misma; se siente como Casandra, hija de Príamo y Hecuba, reyes de Troya, quien predijo el final del reino, lo del caballo de madera y su muerte junto con la de Agamenón, pero que nadie le creyó, pues Apolo le concedió la virtud de predecir el porvenir, pero la condenó a no ser creida por haberle negado su amor. Rosa se pasa cuarenta y tres años de su vida contando una tragedia que está por suceder, que ya sucedió, pero nadie le hace caso ni presta atención a sus predicciones, las cuales, al fin y al cabo, tampoco son predicciones pues son hechos pasados que quedaron atrapados, prisioneros y desmembrados en su mente y en el tiempo, que para ella ha permanecido fijo, inmovil, constante. Después de la muerte de su hermana Elena, Sutpen se compromete con Rosa y con ello se gana su desprecio, pues éste le promete que se casaría con ella sólo si fuese capaz de darle un hijo varón. Esta acción provoca la huida de Rosa hacia Jefferson, donde vivirá como una hermitaña naufragando en sus sueños y en sus ilusiones perdidas, para sumirse en una espera inútil de venganza que teme y añora; al igual que Casandra, quien no pertenecía a la familia Atrida, el sólo roce involuntario con uno de sus miembros fue suficiente para sumirla y ponerla a navegar en el centro de aquel terrible remolino; es como si Sutpen la hubiese condenado a vivir muerta o a morir en vida por haberle negado su amor, tal como lo hiciera el dios Apolo con la princesa troyana.

La esposa de Tomás Sutpen, Elena, es una mampara, un mueble, un adorno que pasa a la historia y al olvido después de darle sus dos hijos y cumplir con los preliminares de su plan, es la Aérope que desaparece del palacio de su esposo Atreo y muere ahogada en el mar después de darle, también, dos hijos: Agamenón y Menelao (además de Anaxibia quien parece no estar sometida a la trágica maldición de la saga Atrida) y de que sus infidelidades fuesen descubiertas; pero en el caso de Elena su infidelidad fue sumergirse en la fantasía del matrimonio de su hija con un dios, un dios llamado Carlos Bon, a quien el héroe despreciaba y le tenía la mayor desconfianza, por la sencilla razón de ser hermano de su hija y llevar el estigma de la raza negra en su sangre. A mi entender, Elena, que no conoce la historia de Carlos, está locamente enamorada del joven y proyecta en su hija toda su fantasía de un matrimonio que representa la totalidad de sus deseos reprimidos y que finalmente la llevarían a la tumba, proceso este que se inicia desde el mismo momento, de aquella nefasta noche de navidad, en que su hijo Enrique huye del Ciento en compañia de su querido y extrañamente adorado amigo Carlos, cuando su padre le comunicó la verdad que él no quiso aceptar. En el caso de Aérope, su dios, su fantasía, fue Tiestes, el hermano de Atreo, a quien éste despreciaba y odiaba. En el Ciento, la maldición trágica parece desplazarse del hermano del héroe, en la familia Atrida, al hijo del héroe, cuyo origen es desconocido por la nueva familia de Tomás Sutpen.

El nombre de Elena hace recordar a la esposa de Menelao y causante de las atrocidades de la guerra de Troya; ella no es quien amalgamará todo el desarrollo de la tragedia a su alrededor, pero si será una de sus principales protagonistas iniciales al encauzar, no sólo su amor, sino el amor de sus hijos hacia el principal elemento del rencor de su esposo. En términos del mito, ella es Eris, la diosa de la Discordia, la que no fue invitada al matrimonio de Peleo y la diosa Tetis, padres de Aquiles, quien despertó la rivalidad de tres encolerizadas, pero divinas hembras: Hera, Atenea y Afrodita y que conllevaría a los terribles eventos de la guerra de Troya por el juicio emitido por Paris, para complacer a Afrodita.

En la novela, todos los hombres se marchan del Ciento y cada vez que uno de ellos regresa, la familia da un paso más hacia la destrucción. Igualmente, Agamenón y Menelao se marchan a la guerra y Orestes aún siendo un niño tiene que huir de su hogar; cuando el primero de ellos regresa, es asesinado por su esposa Clitemnestra y Egisto, su amante. Cuando Orestes regresa, asesina a su madre y a Egisto; luego regresa Menelao y es amenazado de muerte por Orestes, al negarse a declarar en su favor en el juicio por el asesinato de su madre, se salva sólo por la intervención divina del dios Apolo. Similarmente, Carlos regresa al Ciento con su intención de consumar el incesto con su hermana, pero no lo logra porque es asesinado por Enrique, quien también se había ido del Ciento y regresa para eliminarlo; Tomás regresa de la guerra civil decidido a salvar su plan y sueño fracasados, pero no puede parar la fatídica maldición y termina asesinado por Wash Jones, para vengar la deshonra de su nieta Emilia, de diez y seis años. Carlos Esteban, el hijo de Bon, quien es terminado de criar por Clitemnestra y Judit, con quienes establece unas relaciones por demás sospechosas, es otro que se va del Ciento y regresa luego con una esposa negra, para prosiguir con su vida desordenada y sin objetivos que termina acarreándole la muerte a él y a Judit.

Como vemos, hay una serie de acciones similares entre la novela y la maldición de la familia Atrida, que particularmente llamaron mi atención durante su lectura; sin embargo, hay que tener bien claro que por ello no se debe considerar la obra como una tragedia; hay muchas razones para ello, pero la que más atrajo mi atención es que en la tragedia griega el héroe no espera que venga alguien a ejecutar una acción, la ejecuta él mismo. Cuando Tomás Sutpen le confía a Enrique que Carlos es su hermano, simultáneamente le está transfiriendo la responsabilidad de la acción, lo cual no ocurre en ningún caso en la tragedia griega. Podríamos argumentar que Sutpen no puede matar a Carlos porque es su hijo; no obstante, en la tragedia de la saga Atrida cada quien hace lo que tiene que hacer, por más horrible y despreciable que sea la acción a tomar. Así, Atreo asesina a su esposa cuando descubre que le es infiel con su hermano Tiestes; luego asesina a sus sobrinos y se los sirve en un banquete a su hermano; Tiestes viola a su hija Pelopia y el hijo que nace de esta relación incestuosa, Egisto, mata a Atreo, quien se ha casado con su madre y lo ha criado como a un hijo; Agamenón asesina al esposo y al hijo de Clitemnestra para casarse con ella, ésta le da cuatro hijos; Ifigenia, Crisótemis, Electra y Orestes; Agamenón sacrifica a su hija mayor, Ifigenia, en Áulide; Clitemnestra y su amante Egisto asesinan a Agamenón y a Casandra; Orestes asesina a su madre y al amante, y Menelao, Helena y su hija Hermione se les escapan por la intervención divina de Apolo.

Para concluir, no podía pasar por alto a Clistemnestra; en la novela es una hija de Tomás Sutpen en una esclava negra, pero en la saga Atrida era la esposa de Agamenón, a quien asesinó cuando este regresaba triunfante de la guerra de Troya. Llama mucho la atención el papel pasivo de Clite, como se le conoce coloquialmente en la novela; se le nota como una mujer aparentemente equilibrada y sensata, aunque sumisa. En su caso da la impresión, al principio, que no va a ser alcanzada por la maldición, pero finalmente “se le sale la clase” e incendia El Ciento con ella y Enrique dentro. Es curioso, sí, curioso, debe ser interesante saber quien le puso el nombre y el por qué, estoy seguro que no fue Tomás y mucho menos la esclava madre; no me queda ninguna duda que el nombre se lo puso William Faulkner, pero la razón, el por qué...es muy tarde para preguntárselo. Para mí, es un indicio más de que, entre muchas otras, lo que pasaba por el pensamiento del Faulkner durante su actividad creadora de ¡Absalón, Absalón! era la maldición de la familia Atrida.

3 comentarios:

Lilisú dijo...

Dios mio queda una deslumbrada ante tanta erudición. Ele y tu si que saben de literatura. Quítome el sombrero ante ambos...

Ele dijo...

¡Quién me manda a alborotar la onda griega de Julián! También yo estoy deslumbrado y necesito más tiempo para leer con detalle el énsayo - comentario de Julián, que ingenuamente estimulé con mi trabajo sobre ¡Absalón! ¡Abasalón! Así es Lilisú tenemos un erudito en asuntos de la Grecia antigua.

Julian dijo...

Déjate de va...rillas Ele, más de eso serás tú; de todas maneras les agradezo a ambos su gentileza al comentar mis escritos. Con razón son mis lectores favoritos.
Un abrazote

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