Escritores venezolanos. Conversando y Escribiendo

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domingo, 27 de abril de 2008

¿A que viene tanta Crìtica?


En Venezuela sucede. No sé si pasa en el resto de América Latina. Creo que no es tan frecuente en los países desarrollados.

Últimamente he conseguido gente que estudió conmigo en la escuela primaria, en el bachillerato y en la universidad. Además he contactado gente nueva.

Cuando les pregunto a los que reencuentro y las nuevas amistades: ¿Qué han estado haciendo?, ¿Cómo les ha ido?, varios de ellos me han hablado de su negocio, la empresa que montaron, el post-grado que hicieron o el viaje que disfrutaron en el exterior.

En conversaciones de fines de semana o encuentros eventuales, se me ha ocurrido comentar a varios amigos “mis hallazgos” y mis comentarios son más o menos de este tipo: “conocí a alguien nuevo que trabaja en esto o aquello, que montó un negocio, o que tiene una tienda de deportes…”

Me sorprende cuando la respuesta es: ah! claro chama, a ese lo conocí yo, vivía a dos cuadras de mi casa, y luego estudie con él… y por allí siguen.
Me ha sucedido varias veces que las nuevas personas para mi, resultan ser conocidos de mis conocidos.

Sin embargo lo que me sorprende no es eso. Cuando les relato a qué se dedica la persona, les cuento sobre sus éxitos y sus victorias grandes o pequeñas, en seguida viene una expresión de descalificación: “bueno, no debe ser gran cosa, yo conozco a ese tipo y no era muy inteligente para lograr eso, debe ser algo pequeño lo que tiene”.

Es impresionante como el hecho de haber conocido a alguien desde sus orígenes es un punto de desmerito ante su logros. Parece que si alguien que viene del exterior, o viene de otro estado o de otra ciudad lograra lo mismo, si se lo merece, aunque no sepamos nada de esa persona.

El logro de alguien cercano lejos de llenarnos de satisfacción nos activa a disparar una ametralladora de frases descalificantes resultado de una venenosa envidia ante el triunfo de los demás.

Estoy sorprendida ante un tren recurrente de frases hechas que he recibido de la gente cuando conoce el triunfo de otra gente.

Los que triunfan han debido de hacer como el cuento de los dos sapos que escalan una pared y cuando la multitud abajo les gritaba que se iban a caer, uno cayó y el otro llego a la cima.
Cuando le preguntaron al sapo que llego a la cima: ¿No te afectó lo que te gritaban los demás desde abajo? En ese momento se dieron cuenta de que este sapo era sordo.

Lejos de recibir el apoyo, el espaldarazo, la solidaridad de los cercanos a nosotros, Vivimos en una sociedad que exige el desprenderse de los que te rodean y seguir en solitario tu camino para encontrar el éxito.

El éxito está al alcance de todos. Pensar en forma diferente es un signo de ignorancia y de escasez.

Es como pensar que el mar pierde agua porque una persona se baña allí. Entonces cada vez que alguien se baña, queda menos agua de mar para mí. ¿Es absurdo, no?

Lo que sucede es que queremos el éxito en la misma forma que lo obtuvo fulano de tal, y siguiendo lo mismos pasos que los tuvo mengano de tal. No nos detenemos a pensar ¿qué es para mí el éxito?.

Para unos el éxito es entrar a tocar en la filarmónica de Berlín; para otros es ascender en el trabajo; para otros es que su hijo sobreviva el cáncer.

Hay muchas formas de éxito. Pero en todas y en cada una de ellas lo que realmente buscamos es una manifestación exterior de que si valemos y de que por tanto si somos dignos de ser amados. En el fondo es eso.

La dignidad de ser amados no se encuentra en algo que sucede circunstancialmente. Ni siquiera se encuentra en nuestros logros. No hay que buscarla. Hay que vivirla porque YA NACEMOS CON ESO.

Somos dignos de ser amados y reconocidos tal y como somos. Así como nacemos con unos genes que determinan que nuestros ojos son verdes o azules, nacemos con una “genética” espiritual que nos hace queribles solo por el hecho de existir.

Es la educación, los valores, la cultura, y un sin fin de mensajes externos, los que se encargan de decirnos lo contrario y lo peor del caso es que compramos esos boletos de auto desaprobación que nos venden para vivir esa película llamada “No valgo nada” por el resto de nuestra vida. Buscamos complacer a todo el mundo y ser exitosos como los demás para que nos quieran, nos digan que valemos y sentirnos dignos.

Buscamos el mismo éxito que los otros y cuando no logramos parecernos entonces los desaprobarnos “para sentirnos mejor”.
No nos sentimos mejor, en realidad vivimos una condena en una cárcel imaginaria con los barrotes que nosotros mismos aceptamos crearnos.

Empecemos diciendo frases de apoyo y solidaridad a la gente que tiene éxito. Desde el bebe que ya puede ir solo al baño hasta la vecina que logró que una de sus orquídeas no se muriera. Esos pequeños logros también son éxitos. Y son éxitos que se nos acercan para recordarnos que El Universo también llega a los rincones donde vivimos.

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