Escritores venezolanos. Conversando y Escribiendo

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viernes, 25 de enero de 2008

RECUERDOS DE LA PRIMERA CITA

La frescura de la noche, como una niebla blanca, de terciopelo, entraba por la ventana abierta de par en par, haciendo bailar las cortinas en una ondulación suave, de lago quieto y sereno. Eran cerca de las cuatro de la mañana, los acontecimientos aún permanecían dispersos en su memoria. Todo había sido tan rápido, tan inesperado, aunque lo había anhelado desde hacía tanto tiempo. ¿Entonces por qué el mismo tiempo la estaba matando? ¿Por qué la atormentaba de manera tan inclemente? Qué confusión más extraña, deseaba que pasara el tiempo, qué volara, qué viniera pronto el próximo día, pero la asombraba que pasara tan lentamente y a la vez le desesperaba que continuase pasando.

Todos sus vestidos estaban regados por el suelo, se los había probado y ninguno satisfacía sus gustos de ese momento. ¿Qué hora es? ¿Qué hora es? Se aproximó a la mesita de noche y allí estaba él, tranquilo, despreocupado, marcando su compás interminable e impertinente: son las tres y cincuenta y cinco de la mañana le dijo y continuó andando con la indiferencia de su tic-tac odioso, indolente, martillando sus oídos. Sintió un leve mareo. Éste, se fue incrementando hasta hacerla entrar como en un misterioso trance. Tuvo la sensación de estar levantándose del piso; medias, pantalones, vestidos, blusas, zapatos, carteras y ropa interior flotaban con ella en un remolino gris, sin colores, que los atraía hacia su centro al compás de un tic-tac frenético y galopante.

Hacía varios años que lo conocía, pero desde hace sólo muy poco tiempo Eros había cambiado los engañosos dardos de plomo por los de oro y le había hecho blanco a ambos con sus flechas encantadas. Recordó cómo buscaba pretextos para estar cerca de él, cómo temblaban sus labios al hablarle y cómo ese misterioso friíto del deseo le bajaba desde las sienes, cruzaba sus senos, su corazón, su estómago y llegaba a las piernas, para alojarse en lo más profundo de su ser y estimular sus más atrevidas fantasías. Después de muchos intentos, de pensar horrorizada miles de veces que ella no le gustaba, de tanto tiempo buscando su mirada y su afecto, ayer la había invitado a salir. No sabía cómo describir su reacción, sintió como si fuesen a explotarle los oídos y una onda de colores la recorrió como pólvora encendida... y... el friíto ¿se acuerdan del friíto?, pues le subió y bajó por todas partes ¡Qué locura! ¡Qué hechizante! ¡Qué divino! El remolino la sacó por la ventana y también salieron todas sus cosas, sus ropas, su cama, los clósets, la bañera, los cuadros, los adornos, el cuarto, todo salió por la ventana.

Sus muñecas de trapo reían y trataban de tomarla por las manos, pero al estar cerca se alejaban y abrían más sus grandes ojos blancos y reían cada vez más fuerte y freneticamente. El reloj pasó por un lado y se fue hacia el centro para arrastrarla nuevamente en la desesperación del tiempo y del caos que giraba a su alrededor. De pronto todo estaba en calma. Pudo contemplar, horrorizada, que estaba sentada en medio de algo como una calle, completamente desnuda, en un sitio desconocido y lleno de sombras que pasaban por su lado sin enterarse de su presencia, caminado como espectros en una neblina que lo cubría todo.

Sintió algo moverse a su lado, alzó la vista y sólo contempló la silueta de un hombre alto; avergonzada cruzó las piernas y colocó los brazos sobre los pechos tratando de ocultar su desnudez. - ¿Qué le sucede señorita? –le preguntó la silueta, con una voz grave y profunda. No sé qué me está pasando...¿Qué...qué hora es?, alcanzó a preguntarle. Aquí no hay hora señorita, aquí somos esclavos de otras cosas pero no del tiempo, respondió y desapareció como había llegado. Se incorporó lentamente observando el lento caminar de sombras, para buscar una orientación, algo que le fuese conocido. No vio nada. Sin pensarlo más, arrancó a correr llorando y gritando: Mamáaaaaa, mamáaaaaa.

Sintió la mano de su madre sobre la frente y lo primero que hizo fue preguntarle la hora; son las tres y cincuenta y cinco de la madrugada mi vida, descansa tranquila –le dijo sollozante. ¡Qué susto Dios mío! y pensar que la cita con Armando es mañana...no, no... ¡Hoy mismo!; vio hacia la mesita de noche antes de quedarse dormida, le pareció notar una sonrisa burlona en la cara del reloj.

Ahora estaba más tranquila. El sueño llegó en silencio, suave, placentero; el tiempo parecía no preocuparle y el sonido del reloj había desaparecido. Caminaba lentamente por un hermoso sendero lleno de flores, de pájaros, de vida que parecía explotar en colores a cada paso; los latidos del corazón, que antes le atormentaban, qué extraño... ahora no los sentía. El jugueteo melodioso de un arroyo cercano distrajo sus pensamientos y hechizada se dirigió en su búsqueda con los ojos semi cerrados, orientada sólo por sus oídos. Llegó al final del camino, con las manos apartó suavemente unas palmeras verdes, encendidas, y sus ojos se llenaron con la magia de un lago azul brillante, donde la luz del sol se bañaba en la fantasía de millares de lentejuelas multicolores; los lirios, en plena y violeta floración, completaban el encanto de aquel sueño que excitaba todos sus sentidos.

Se acercó a la orilla con la delicadeza y etérea elegancia de una ninfa del bosque; apartó suavemente unos lirios y apareció el limpio y deslumbrante espejo del lago donde se reflejaba, totalmente, su figura. Se dio cuenta que estaba descalza, cubierta con una preciosísima túnica de seda, blanca, suave, brillante, llena de encajes finos y en la frente la caricia inmaculada de un cintillo de azahares. Siguió avanzando y sintió cómo su cuerpo se hundía en las mágicas aguas, hasta cubrirla por completo. Lo más extraordinario de todo es que no se sentía mojada, podía respirar bajo el agua y ahora el espejo del lago estaba arriba.

Lentamente comenzó a materializarse ante sus ojos una visión que la llenó de asombro, que la hizo pensar de nuevo en el tiempo y también le hizo aflorar la sensación de aquel anhelado friíto. Por detrás del espejo, apareció el rostro triste y lloroso de Armando. Sus manos se abrían angustiadas hacia ella, buscando acariciar sus palidas mejillas. Aunque ella sentía la caricia cálida y tierna de sus manos tocando sus labios, éstas quedaban atrapadas, resbalando temblorosas en la parte superior del espejo del lago; luego, aterrada, escuchó su voz: ¡Oh Dios mío! ¿Por qué te la llevaste?

3 comentarios:

aba dijo...

Interesante, es el tipo de relato que me gusta en verdad. La incógnita resuelta al final y yo que pensaba que era un sueño...

Saludos.

Lilisú dijo...

Excelente como siempre! te quedo espectacular!

Julian dijo...

Muchas gracias estimados lilisú y aba, sus palabras son estímulos.

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