Escritores venezolanos. Conversando y Escribiendo

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sábado, 1 de enero de 2011

MURIÓ ACRIBILLADO PERO EN SU LEY


I.- Brujo, Magia Negra. Maldad

En algún lugar del mundo, en el remoto pasado, en la noche misma de los tiempos, un oscuro personaje, perteneciente a una tribu negra, había descubierto sortilegios y rituales en los cuales se internaba en cuerpo y alma a la luz del fuego que, en la noche, encendía para darse calor, alumbrarse y, también para cocinar sus pócimas.

Su poder era temido y su seriedad respetada, su seño fruncido sólo se aligeraba, extrañamente, en días de mucho sol y, por la noche, sus cejas casi se unían buscando proteger los ojos de luces incandescentes o de miradas curiosas. Caminaba durante horas, al caer el sol, para buscar el sitio ideal para estudiar, conjurar y conectarse a las estrellas y al cielo infinito para redimirse a la inocencia, para renacer de nuevo buscando el camino glorioso del poder de la eternidad.

Durante los últimos tiempos algunas mujeres se atrevieron a dirigirse a él para poner en duda la benevolencia de su conocimiento, le reclamaron en mitad del pueblo por su magia negra, decían que usaba mañas para embrujar a las personas, por cuenta de otras o por iniciativa propia. Algunas le gritaban que desde la eternidad los dioses del bien le pedirían cuentas y él las oía y, sin cambiar su semblante serio, por dentro de su alma, él se reía, pero no con la risa de los que ríen de chistes y cuentos graciosos, sino de los que ríen de la inocencia de la gente.

Jamás dudó de su relación con el poder que todos temían, ignorantes de lo que aquello significaba, le tenían miedo a la magia negra y a la blanca, a la amarilla como a la roja, e inclusive a la azul, todo era un descalificar y temer, temblar de miedo, chirriar de dientes, pero él nunca tuvo miedo de la magia que poseía, de ese don que los dioses le habían dado.

Años de trabajo y de encuentros con hombres y mujeres tan solitarios como él, pero con grandes conocimientos para compartir, durante semanas y noches como estrellas, en las cuales ensayó hasta alcanzar esa forma que lo conectaría permanentemente con el futuro. Con orgullo trabajaba la maldad o con lo maligno, ¡qué importaba aquello!, sin esta maldad, sin seres realmente odiosos, malvados o hechiceros de negra magia, cómo podían descubrir eso que celebraban como la felicidad, lo bello, lo sutilmente hermoso.

Hacía mucho tiempo había entendido que sólo había un Dios, escrito con mayúscula, pero que en los pasos de un pueblo, este emergía a mejores ideas y modos de vida cuando adoraba a varios dioses pequeños, primero memorizar una historia, luego otra, una experiencia por vez y poco a poco sumar formas de hacer el fuego, matar un jabalí, amansar un animal grande o pequeño.

En ese aprendizaje, mientras se aplaca el hambre, siempre viva y mortífera, él había descubierto la fuerza invisible del amor, pero también la del odio, y podía unir plantas y mezclarlas produciendo efectos en otros, aniquilando a los débiles, fortaleciendo a los atrevidos y menos miedosos, acabando con la vida de los presuntuosos y los descuidados, pero todo eso le llenó de lecciones, y entendió el fin sublime de trabajar con la maldad y se juró que conseguiría la manera de caminar en el tiempo, de traspasar las noches del futuro.


II.- Muchacho y recuerdos de niño. Despertar con ojos de asesino.


Estaba parado en la calle de la curva vieja, acera y muro parecían un balcón del barrio que asomaba sobre la ciudad de Caracas, el aire refrescaba mi cara y contemplaba la ciudad y hasta mi llegaban los ruidos de aquella mañana, distantes y, a ratos, muy subidos de tono.

La ciudad estaba envuelta en una neblina, algo increíble que ocurriera a las diez de la mañana, pero ese azul transparente era una nube disuelta en plena ciudad y quizás un carro pasando aceite contribuía a ese paisaje dentro del cual mucha gente trabajaba. Jamás se incorporaría a alguno de aquellos trabajos, no lo haría, todos le pagarían muy poco, lo exprimirían todo lo que les diera la gana y le dirían estupideces para halagarlo, para ganarlo para hacer más trabajo.

Ni de casualidad permitiría que lo explotaran, ni siquiera para mantener a la chama, ella lo comprendía y sabía que era su manera de vivir, nunca como su mamá que le pedía, un día sí y otro también, que trabajara, que dejará la vagancia y ¿a cuál vagancia se refería ella?. Armando prestaba atención a otras cosas, el conocía gente importante en el barrio, sabía quienes eran amigos y quienes los enemigos.

Las bandas proliferaban por allí, pero mientras nadie se metiera en el barrio del otro, en el negocio del otro, todo marcharía bien, en la mejor “panadería”, puro amor y comprensión, ja ja ja ja. Y en ese pensamiento estaba cuando apareció “el bichito”, el pana de siempre, se sentó encima del muro y al rato “el pepe” se vino con la música y ese reguetón que tanto me gusta, le canta a la muerte, a lo macho que se necesita para morir en la pelea.

Y ese recuerdo se esfumó cuando pestañeó y vio la luces de la ciudad, entonces recordó que en una noche similar, en plena madrugada, “el bichito” y él vigilaban armados que la otra banda no llegara al terreno de los panas, esa noche oscura no había luna llena, no era mucho la claridad y era la primera con armas de verdad.

Ruidos y disparos, a mi pana lo mataron y me tocó llevarlo al hospital, un accidente, fue un accidente y yo tuve que huir, me buscó la policía y la familia del pana, todos para matarme y sólo mi mamá y mi novia para salvarme. Esconderme fue aburrido, irme del barrio al campo a un trabajo burda de fastidioso, sin emoción y sin música.

Mi vieja estaba de lo más embroncada conmigo, me llegó a decir que no podían pagar los rescates que por mi pedían para no matarme, me reclamó que yo defendía a unos panas delincuentes y a cambio no recibía nada, que me iban a matar sin dejar ni un cobre a nadie. Mi pure no entendía que los panas son primero, que la vida es esta aventura y que cada día es un turuleque.

Y yo me moría de impotencia viendo a mi hijo perderse en el barrio, a ratos vi la pistola y muchas veces me llegaron cuentos de sus andanzas, yo sabía que algunas eran mentiras, pórtate mal y te agregamos muchos crímenes, qué rabia que mi hijo no entienda.

La negra miraba hacia sus recuerdos y no sabía que sentir, ya no había impotencia con rabia, ahora sólo sentía el aire de la noche entrar por la ventana y llevarle paz calmándole la angustia, pero rabia no tenía, mucho dolor pero no rabia. Lo recordaba de niño, con sus ojos hermosos y negros, alegres siempre, con una sonrisa grande y pícara que permanentemente lo acompañó hasta la muerte.

De niño se levantaba de repente, sobresaltado y despierto, y se agarraba a los bordes de la cuna viendo a todos lados y me daba miedo porque se sentía que era un hombre el que ahí estaba, hasta mis huesos llegaba su mirada llena de maldad, lo percibía como un asesino, se me erizaban los vellos al sentirlo y verlo, y cuando el terror iba a nacer en mi, lo veía pasar de nuevo a niño, mirarme con sus ojos dulces de siempre y acostarse a dormir.

Si hubiera sabido qué hacer, si todos hubiéramos adivinado cómo proceder entonces, quizás, a lo mejor, él hubiera estudiado o estaría trabajando o a lo mejor fuera un malandro respetable como muchos que conozco. Pero ninguno supo qué hacer, a dónde acudir para cambiarle la vida por una nueva, al menos, más segura y yo no estaría acá soltando una lágrima ahora y otra más tarde porque él ya no está.


III. Madre con adosamiento. Conjuros.


Nunca entendió por qué la maldad era un asunto del que la gente evitaba hablar, y ese comportamiento era habitual aun en la más sencilla, humilde y pobre como la del pueblo donde nací. Muchas personas evitaban cruzarse en mi camino pero todos me buscaban cuando el miedo o temor, el odio o la necesidad de vengarse necesitaban herramientas para llegar hasta personas lejanas, ocultas o de poder, entonces las veía mansas, pacientes y prudentes a mi lado, viéndome o queriendo hacerlo.

Una de las razones del miedo a mi persona es la creencia de que los que amamos la maldad, los que respetamos el odio y trabajamos para que otros seres humanos reciban una porción de castigos, somos capaces de hacernos invisibles, de traspasar muros, de aparecer en los sitios más extravagantes y retirados, en fin, de ser unos seres inesperados.

Pero esas condiciones mágicas que nos describen, también identifican a los que ellos en su lenguaje llaman buenos, esos también tienen las características de volatilidad, apariciones y capacidad para hacer conjuros, porque los buenos también odian y lo llaman protección, castigan pero le dicen justicia, levitan y dicen que es elevación espiritual, se trasladan a donde quieren, invisibles y poderosos, y lo describen como la mano divina que se extiende.

Los buenos y los malvados, los de magia blanca y negra, los de la amarilla, roja y azul, todos somos del mismo sitio, de la tierra misma, cualquier lugar con gente y animales, chozas, palacios y sembradíos, como también industrias y ciudades complejas de mucho pueblo y de agitado vivir. Todos los especiales como yo tenemos poderes y somos de un selecto grupo.

Todo lo supe el día que caminé en el tiempo, ese momento especial, único e irrepetible en que pasé a otra dimensión y toqué tierra en un pueblo de mucha gente como yo, negros que parecían blancos y negros de narices anchas, menos negros de diversos rasgos y blancos, achinados, bajos y altos, hombres y mujeres de distintos colores, indianos.

Convertido en energía pise un sitio donde las paredes de las fortalezas servían para caminar y aparecí en un sitio que lo llamaban el balcón del barrio, en la curva vieja de un sitio donde se divisaba una ciudad llamada Caracas. Allí estaba, viendo a todos y de todo sin que nadie me viera y ni siquiera me intuyera.

En las conversaciones que oí y en las reuniones en que me encontré, todos me identificaban con nombres distintos y nadie se puso de acuerdo en definir a los que como yo, traspasábamos el umbral del tiempo y nos disponíamos a vivir nuestra maldad en un terreno donde, por ignorancia, estábamos admitidos.

Andando y transcurriendo, la vi a ella, indiana negra, no cobriza, parecía una blanca pintada de negro, me coloqué en su espalda sin que me sintiera y con ella comencé a vivir, estuve en los principios de su amor con un indio como ella pero con un alma macabra aunque jamás tan grande y brujo como yo. Se casaron y tuvieron un niño y aprendí a situarme a ratos en aquel cuerpo, el no se dio cuenta y se habituó a mi presencia. Yo seguía a la espalda de su mamá y más aún cuando se le fue el esposo sarnoso, el mala jeta y alma podrida, yo si seguí ahí.


IV.- Morir en cama o Morir Acribillado (rayado)

Armando tenía un hermano menor, nacido mestizo de ojos claros que tapaban lo rayado desde el iris, serenidad escondiendo lo turbio. Venido de muy lejos, de otros mundos terribles en fuerza espiritual, captó muy pronto con su energía, el adosamiento en su mamá. Estaba niño y aún no podía hacer nada, el invisible no lo percibió.

Todos iban teniendo más edad, cada quien iba escribiendo su historia particular. Armando se acercaba a los dieciocho años y su determinación a no hacer nada era un hecho y de él sólo rumores lo describían, mucha gente lo buscaba y algunos era para matarlo, él pronosticaba que sólo muerto se iba de este mundo, nada de cárcel ni de escuela, cero oportunidades de fastidiosos estudios, ninguna disciplina para cumplir órdenes, sólo libre o muerto.

El que venía desde la noche de los tiempos, estaba ahora junto a ella y a ratos con el hijo crecido, la energía o la cosa maligna –como me llamaban-, llegada desde el pasado, a ratos veía por los ojos de Armando, aquí y allá valorando el sitio, también las ocurrencias y los escondites.

Ahora caminaban por una avenida de este mundo nuevo, y oyeron una voz de alto que no cumplieron, la cosa maligna sentía arder sus deseos de enfrentarse con armas distintas a las que conocía y por una vez en su viaje al futuro, tomó posesión de aquel cuerpo joven y desenfundó y comenzó a disparar como un loco. Lo enfrentaron y él disparaba como si un ejército lo acompañara, muchos acá y muchos allá, y todo terminó cuando el cuerpo se desplomó como un ave que muere en pleno vuelo.

No entendió bien cómo en el tiempo, ahora que seguía como un adosamiento –palabra de los enemigos espirituales-, siempre a la espalda de la india negra, se vio de pronto enfrentado al hijo menor, mucho más sabio y sereno que el otro, el del cuerpo que él ocupaba. Se encontraron frente a frente, mujer por medio, pero se midieron con fuerzas que nunca pensó existieran.

Una tensión muy larga, difícil de explicar, pero la energía del hijo de ojos claros me expulsó de aquel ser que por años me sirvió, dejándome sólo y por primera vez en mi eterna vida, desamparado. Sentí miedo de las fuerzas del bien, la magia blanca despertó y pronto supe que se desdoblaba a su antojo y sólo entendí que una de ellas era la fuerza del amor de un hijo por su madre.

Separados y extenuados, la mujer y el hijo menor, tirados en el piso, veían el cielo, tomando bocanadas de aire, del humano y del cosmos, reponiéndose mientras la cosa se entendía de sí misma. Y sobre ellos un pensamiento de Armando revoloteaba como las mariposas amarillas y verdes que invadieron Caracas en el renacer de la vida, en el canto de los coros celestiales:- ¿Cómo morir? ¿En un quirófano mientras me operaban?¿ O “rayado” en una trifulca, tiroteado en medio de una balacera, en un enfrentamiento como lo hacen los hombres?. Y Armando, con su porte de artista negro de Hollywood, escogió morir repartiendo autógrafos con dardos de acero, acribillado pero en su ley.

1 comentario:

Ele dijo...

Este final:"Y Armando, con su porte de artista negro de Hollywood, escogió morir repartiendo autógrafos con dardos de acero, acribillado pero en su ley.", me parece literariamente bello. El cuento es interesante, atrapa y se desarrolla fluidamente. Observo que comienza con un narrador omnisciente que después se transforma en Armando, el que narra hasta el final. A mi me resultó confuso ese cambio,pero no se si esa era tu intención. Lo que te decía en el comentario al otro cuento, el asunto de la forma, lo ratifico en este con la ortografía del verbo cejar, que aparece escrito con "s". Nuevamente reitero que lo más importante es que hayas vuelto al blog y te estés expresando. Te felicito y agradezco cualquier pregunta que surja de mis comentarios.

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