Escritores venezolanos. Conversando y Escribiendo

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miércoles, 3 de septiembre de 2008

AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO. CAP 2


AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO
Capítulo 2o


La mar, embravecida al principio, quedó en calma y una claridad, similar a los rosados dedos de la Aurora, comenzó a dibujarse en un horizonte incierto hacia donde debería estar Atenas, pero las colinas y edificios no estaban allí, habían desaparecido. Todos nos quedamos quietos y enmudecidos. Tomé mi cámara y comencé a tomar fotografías; percibí una silueta acercándoseme, se posó sobre mi cabeza y susurró: “No utilices eso”, miré hacia arriba y apenas alcancé a ver un rostro hermosísimo que se desvaneció en el aire. Inmediatamente pregunté a mi compañera si la había visto y me contestó negativamente; la miré a los ojos y me di cuenta que estaba aterrorizada, la abracé y traté de tranquilizarla asegurándole que todo iba a pasar muy pronto. Intrigado, guardé la cámara y no seguí tomando fotos.

Desde la negra y cóncava nave se extendió un puente, por él pasaron más de treinta hombres ataviados a la usanza de los guerreros de la Grecia antigua y tomaron posición en nuestro barco; afuera se escucharon algunos gritos y ruidos, pero cesaron rápidamente. No se sentía la respiración de nadie y el ambiente estaba teñido de una luz rosada, fuerte y brillante. Todo me parecía asombrosamente familiar y sospechoso, me recordaba algo pero no sabía qué. Como una alucinación, aparecieron cinco hombres ataviados en ricos uniformes de guerra, dorados, brillantes y enceguecedores; las manos apoyadas sobre sus espadas gigantescas, guardadas en sus vainas relucientes. Penetraron por las paredes del gran salón y el pánico se apoderó de todos los viajeros; los gritos, llantos y movimientos se reiniciaron de inmediato.

Los cinco hombres muy altos y fornidos, su piel curtida por el sol, tomaron posición en el gran salón, adquiriendo la configuración de una equis, con el que parecía ser el jefe en el centro; sin emitir una palabra, giraron lentamente dirigiendo su mirada hacia los asombrados y aterrorizados grupos de turistas. El silencio se hizo absoluto nuevamente; sus ojos eran grises, penetrantes y fríos. No puede ser, esto es un sueño, pensé para mis adentros; parecían haber salido de la Ilíada. Algo comenzó a tomar forma en mis pensamientos: Por su rica indumentaria y su magnífico cetro creí identificar a Agamenón; por la majestuosidad de las armas, el uniforme y el tamaño, deduje que el más próximo a mí era Aquiles; los otros debían ser Odiseo, por sus anchas y poderosas espaldas, y Ayante, una mole humana con un enorme escudo; el quinto era rubio y los vellos de sus brazos desnudos brillaban como escarchas de oro...tenía que ser Menelao. Al principio, había pensado que se trataba de un espectáculo programado por los promotores del crucero, a la usanza de Universal Estudios o de Los Aleros en Mérida, pero todo era demasiado real aunque se salía de cualquier lógica posible.

El hombre del centro levantó su brazo derecho y sus labios comenzaron a moverse. Una voz fuerte, grave y poderosa, se sintió como un estruendo; lo fantástico era que su voz parecía entrar por nuestros pies, pero lo más asombroso de todo es que daba la impresión de que la totalidad de los presentes lo entendíamos. Yo escuché sus palabras en perfecto Español, le pregunté a mi amiga si le comprendía y con sus ojos bien cerrados y ambas manos apretando mi derecha, me indicó que sí con un imperceptible movimiento de cabeza. El resto de los pasajeros parecían preguntarse lo mismo y por los movimientos similares a los de ella comprendí que todos estábamos entendiendo, en más de doce idiomas diferentes, lo que el tipo había dicho. Luego continuó: “Ustedes son nuestros prisioneros, pero no deben estar temerosos pues no vamos a hacerlos esclavos ni a sacrificarlos a todos”. El desconcierto se reinició con la gente corriendo y gritando por todos lados, pero ellos con sólo su mirada misteriosa y profunda callaron por completo al grupo. Como por un extraño encanto, los niños y niñas menores de doce años cayeron poseídos de un placentero y profundo sueño.

Visiblemente enojado, el jefe del grupo invasor se identificó:
- Yo soy Agamenón, rey de reyes, protegido de los dioses y comandante de todos los ejércitos griegos; soy tolerante, bondadoso y amante de la justicia, pero aborrezco el desorden y si reaccionan de nuevo como lo hicieron, os juro por el Olimpo que habrán de ser alimento de las criaturas del mar. Nuestro destino es la bella y bien fortificada ciudad de Troya, la cual hemos de destruir por mandato de los dioses para vengar el pisoteado honor Griego. Hasta ahora todo marchaba como lo predijo el Oráculo, pero la divina Artemis por un irreparable error de alguien, ha decido que mi amada y querida hija Ifigenia sea sacrificada; de no hacerlo, no tendremos su ayuda para que los dioses muevan nuestras cóncavas naves, paralizadas por falta de viento en el Puerto de Áulide en Beocia. El astuto y siempre buen amigo Odiseo, ha logrado convencer a la divina Artemis de cambiarla por diez vírgenes bárbaras. Aunque no puedan verlas, los ojos del rey más poderoso del universo están llenos de lagrimas por la más hermosa de las hijas, nacida de la más bella de las mujeres. De vosotros, bárbaros profanadores de los más sagrados lugares, ha de salir el grupo de vírgenes que salvará a mi amada hija. Ustedes, que no conocen el respeto, que se burlan de nuestros dioses, que con sus pies profanos pisan todos nuestros sagrados recintos, que roban la esencia de nuestra vida en las extrañas cajas que cuelgan de vuestro cuello, han sido escogidos por la divina Artemis para salvar a Ifigenia, os debéis sentir, por demás, honrados de tal honor. Debo advertirles que nadie puede venir en vuestra salvación y que los encargados del manejo de esta extraña nave, responsables por la vida de cada uno de ustedes, ya han sido controlados y encadenados, sólo hemos enviado al Hades a dos de ellos que no hicieron caso a nuestras advertencias.

Al escucharse la noticia, en el salón se sintió un gran murmullo; tres hombres, altos y corpulentos, portando sendas sillas se abalanzaron contra Agamenón. Antes de que lograran acercársele se sintió una silbante ráfaga de viento en el ambiente y vimos cómo los tres hombres se levantaban del piso y salían proyectados hacia atrás; Aquiles, Odiseo y Ayante les habían acertado en el centro del pecho con sus lanzas y los valientes hombres quedaron colgando del mostrador del bar, atravesados por éstas. El silencio y la frustraación se hicieron absolutos.

Como si no hubiese pasado nada, los cinco hombres giraron de nuevo, lentamente, sobre ellos mismos y dirigieron su mirada sobre nosotros. Con cada destello de sus ojos, las mujeres de doce años en adelante, de todas las procedencias, comenzaron a movilizarse tranquilamente, como hipnotizadas; pasaban por una luz azul que se encendía brillantemente o se opacaba si la que cruzaba era virgen o no lo era. Se sucedieron una serie de escenas de lo más curiosas y de los pasajeros salía como un extraño murmullo de alegría, tristeza o desengaño cada vez que una candidata cruzaba “la luz de la verdad”, como la llamaba Agamenón. “Mi niña de quince años no puede quedarse aquí, víctima de estos sicópatas”, pero la tristeza y el llanto se transformaban en una asombrosa y extraña alegría cuando la luz se opacaba para descartar a la virgen…que no lo era. Un joven, ubicado a mi lado, no parecía interpretar su emoción cuando la luz se avivó al pasar su novia. Cuando resplandeció la luz con nueve mujeres, que por lo menos tenían entre cincuenta y más de sesenta años, hubo confusión, incredulidad y hasta risas nerviosas y burlonas.

Los murmullos se fueron propagando y tomando ritmo creciente de rebelión; se hicieron tan insistentes que nuevamente se escuchó el trueno de Agamenón: “Ya vieron lo que pasó antes, ¡Aquí no puede haber emociones!, el próximo murmullo o comentario, será suficiente para que el que lo haga sea atravesado por la lanza de uno de mis guerreros, ¡Para vosotros no deben existir los sentimientos!” El silenció se adueñó del gran salón y las mujeres terminaron de pasar; al final quedaron veintidós vírgenes en el centro del salón, mi compañera regresó al mueble y la abracé con mucha ternura. FIN 2o CAP BLOG

1 comentario:

reinaldo dijo...

Estimado Julián; hasta ahora sólo he leído estos dos capítulos. Eres muy bueno escribiendo. Tu estilo,tu prosa y la forma de abordar la narración de los hechos transmite al lector la sensación de encontrarse en ese singular crucero viviendo las emociones que tan magistralmente refieres. De igual modo, la descripción que haces de las divinidades y geografía de la antigua Grecia, denota el profundo conocimiento que tienes del mundo antiguo... Seguiré leyendo en otra ocasión. Felicitaciones!!

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