Escritores venezolanos. Conversando y Escribiendo
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lunes, 8 de septiembre de 2008
AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO. CAP 3
AVENTURA EN EL MAR SARÓNICO
Capítulos 3o
Agamenón hizo una señal y entraron seis soldados, dos cargaban un hermoso trípode de oro y los otros cuatro una soberbia y hechizante cratera recubierta de oro y piedras preciosas; la montaron sobre el trípode y procedieron a llenarla con un agua que parecía estar muy fría, pues inmediatamente sus paredes se llenaron de sudor por la humedad creciente en el gran salón; a su lado se quedó, inmóvil, el más alto y fornido de los soldados. Ahora viene la prueba final -gruñó Agamenón- la siguiente es la prueba de la pureza, porque es necesario definir bien a las que habrán de escoger, ya que una mujer puede ser virgen sin ser pura y la diosa no nos perdonaría semejante error. Hemos de bañar a estas mujeres con agua fría de las fuentes del nacimiento del Estige; las vírgenes habrán de sentir la caricia de Afrodita cuando su piel se erice de pies a cabeza, y Atenea, la diosa virgen, dará su aprobación con una señal inconfundible. ¡Desnúdense! rumió Agamenón y el salón se transformó como en un teatro con una escena de valet plenamente ensayada, los movimientos de las vírgenes eran idénticos.
La primera en pasar fue una mujer como de unos veintitantos años, el soldado desparramó una vasija de agua sobre su cabeza, lo cual provocó espasmos en su cuerpo pero sólo por unos instantes, tomó sus vestidos y se fue al final del salón. La siguiente fue una niña, tal vez de trece a catorce años; al contacto con el agua, su tierno cuerpo comenzó a tiritar frenéticamente y como por un hechizo, su piel totalmente erizada, se rodeó de una luz brillante, azulada. Los ojos de los cinco guerreros se llenaron de gozo, el soldado permaneció inmutable. De esa manera, pasaron todas las vírgenes, de las cuales ocho fueron descartadas; éstas se mantuvieron apartadas pero no se les permitió reunirse con sus amigos o familiares.
La voz del rey de reyes, altiva, fuerte y profunda se alzó de nuevo: “Ahora, y para que veáis cuan justo puede ser un rey, os toca a ustedes seleccionar finalmente a las diez afortunadas vírgenes, pero han de tener muy presente que aquí las emociones no tienen sentido, que la juventud da placer a la diosa, que una virgen vieja no merece el honor del sacrificio y que si se equivocan en su selección, el Hades ha de ser el refugio de todos ustedes”. Para mis adentros pensé que nunca había escuchado instrucciones más precisas; estimaba que había unas siete vírgenes entre doce y trentipico de años, las otras eran de mayor edad, incluyendo cinco mujeres entre cuarenta y cincuenta y otras dos visiblemente mayores de sesenta años, que parecían pavonear su virginidad y su pureza en el centro del salón. No sospechaban que lo que se nos venía encima era un tremendo problema, pues los números no cuadraban, no había diez vírgenes puras y jóvenes.
Al ver la cara de inocencia de las niñas, algo dentro de mí comenzó a rebelarse. Recordé la valentía de los hombres que habían asesinado, pensé en Afrodita e invoqué la justicia de Atenea, mi querida diosa virgen, para que pusiera fin a aquella locura, pero recordé que ella estaba a favor de los griegos en esa guerra y no atendería a mis súplicas; sin embargo, Afrodita estaba a favor de los troyanos y era, en parte, la causante de ésta calamidad ¿Podrá ayudarnos?. Por mi mente comenzaron a desfilar todas las cosas que sabía, que había leído acerca de los griegos, los paseos recientemente realizados por el Oráculo de Delfos y por la impresionante Acrópolis, por los mares llenos de leyendas y por la admiración que todo ello me hacía experimentar. Sentía que mis héroes comenzaban a derrumbarse, que la crueldad era hermana infiel de la belleza y la justicia, pero también comprendí que mis patrones de justicia y de ética no tenían que ser iguales o parecidos a los de ellos y que por una jugarreta del tiempo o no sé de qué cosa, nos encontrábamos atrapados en una paradoja, en un cuento o en una trampa. Conocía de la tragedia que Agamenón vivía en esos momentos y cómo había terminado, pero me parecía una locura, una insensatez, un martirio innecesario para aquellas niñas y mujeres.
Nuevamente sentí posarse encima de mi cabeza la sombra que antes me había hablado, pero esta vez pude distinguirla un poco mejor, era un hombre muy hermoso, su cara parecía de porcelana y alrededor de su silueta brillaban miles de minúsculos luceros. ¡Tiene que ser un dios!, ¿Pero, cuál de ellos? Como era de esperarse, en todas las actividades de los griegos, en la antigüedad, los dioses están de por medio y ésta no podía ser una excepción, pero...¿Por qué éste se me presenta a mí y no a un Griego? Sabiendo lo tracaleros y perversos que pueden ser si se lo proponen, quise esquivarlo para que no me envolviera en una de sus funestas trampas; pretendí sentir temor de que los guerreros nos vieran e intenté cerrar los ojos para apartar aquella visión. Él se me adelantó y advirtió:
- Mortal, no cierres los ojos ni temas por represalias, pues ellos no pueden vernos ni oírnos; escucha bien lo que voy a decirte pues no he de repetirlo. No se trata de tu vida, la de tu amiga o la de las vírgenes, de ello dependerá la vida de todos ustedes y, principalmente, el futuro de Troya la de amplias calles. Habrás de crear la confusión y la duda en los pensamientos de Agamenón; para ello tendrás que vencer la astucia de Odiseo, el mal genio de Aquiles y de un perspicaz adivino que ha de presentarse, pues yo, de ser necesario, me encargo de los otros dos.
- Pero... ¿Y por qué tengo que ser yo? No poseo la fuerza ni los recursos para combatir a esos gigantes.
- ¡Tienes que ser tú, porque tiene que ser alguien! Si no posees la fuerza, sí tienes la virtud de la memoria y de la palabra, que es más fuerte que la espada más poderosa y, te digo, que ellos no son gigantes, son mortales como tú y además me tienes a mí como aliado.
Intenté seguir argumentando y me di cuenta que había desaparecido. Un frío me recorrió todo el cuerpo y sentí erizarse los cabellos en mi nuca, que estaba mojada por completo, un hilillo de sudor me corría por la espalda y se colaba entre mis nalgas y piernas. Al contrario que las instrucciones de Agamenón, las del dios me parecían vagas e insuficientes. ¿Pero cómo puedo combatir con la memoria y la palabra a los campeones de la palabra y la memoria? ¿Cómo podría yo confundir a Agamenón, al campeón de la astucia Odiseo y al siempre encolerizado Aquiles? ¿Quién será el adivino? ¿Qué hago? Se me vino a la mente la diosa Eris, la discordia. ¿La invoco? No, no, mejor no lo hago, ella podría meterme en un problema de mayores proporciones. Lo que tengo que hacer es recordar todo lo que pueda de lo que he leído de los griegos, sólo habrá que esperar el momento oportuno para actuar y el dios tiene que iluminarme porque, de acuerdo a sus palabras, él es mi aliado y parece estar en contra de estos terribles guerreros. A mis pies había una cortina blanca que fue arrancada de una ventana próxima, con mi pie derecho comencé a halarla hasta que la tuve al alcance de la mano.
Agamenón rugió de nuevo: Ha llegado el momento de que tomen su decisión, que, como pueden ver no ha de ser muy difícil pues la mayoría de las vírgenes puras son las más jóvenes. Ningún hombre se movía ni se atrevía a modular palabra alguna. Un grupo de mujeres comenzó a movilizarse hacia el gran rey, se adelantaron y se echaron a sus pies suplicando por la vida de sus hijas.
FIN 3er CAP BLOG
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2 comentarios:
Julian, la verdad es que no me imagino el final de la historia... esoy intrigada... esperare pacientemente a que publiques el resto... Felicitaciones!
Gracias Lilisú
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